El apóstol usó la expresión el cuerpo en lugar de el cuerpo del Señor. Con ello tal vez quiso hacer alusión al hecho de que, además del cuerpo físico del Señor (v. 24), existe el Cuerpo místico de Cristo (Ef. 4:4). Por lo tanto, cuando participamos de la mesa del Señor, debemos discernir si el pan en la mesa representa el Cuerpo de Cristo o una división humana (una denominación). Si discernimos el Cuerpo de Cristo, no debemos participar del pan en ninguna división ni con ningún espíritu divisivo. Nuestra participación en la mesa del Señor debe ser la comunión única de Su Cuerpo único, sin división alguna en práctica ni en espíritu.
El apóstol aborda el asunto de cubrirse la cabeza relacionándolo con la Cabeza (v. 3), y aborda el asunto de la cena del Señor (la mesa del Señor) relacionándolo con el Cuerpo. En relación con la posición de Cristo como Cabeza, la cual representa a Dios y es representado por el varón, debemos guardar el orden gubernamental divino dispuesto por Dios sin dar lugar al desorden. En relación con el Cuerpo de Cristo, es preciso que seamos regulados apropiadamente por la instrucción del apóstol, sin confusión ni división. La Cabeza es Cristo, y el Cuerpo es la iglesia. Cristo y la iglesia —estos dos— son los factores que controlan y dirigen la manera en que el apóstol trató con la iglesia que se encontraba confusa y en desorden. En los caps. 1—10, trató con los problemas de la iglesia, primeramente dando énfasis a Cristo como el centro de Dios y como nuestra porción. Después de esto, en los caps. 11—16, hizo hincapié en que la iglesia es la meta de Dios y lo que a nosotros nos interesa. En los caps. 1—10, comenzó presentando a Cristo como el antibiótico que sana las dolencias de la iglesia enferma. Luego, a partir del cap. 11, pasó al tema de la iglesia y usó este tema de la iglesia, el Cuerpo, como la inoculación contra el desorden que había en la iglesia. Tanto Cristo como la iglesia son cruciales para llevar a cabo la administración de Dios en Su economía neotestamentaria.