En los vs. 1-18 Jeremías escribió conforme a sus sentimientos humanos personales, pero en este versículo tanto su posición como su perspectiva cambian, esto es, de sí mismo a Dios. Aquí Jeremías se refiere al ser eterno de Dios y a Su gobierno eterno e inalterable. Jerusalén fue derribada, el templo fue consumido por el fuego y el pueblo de Dios fue llevado al cautiverio, pero Jehová, el Señor del universo, permanece a fin de ejercer Su administración.
El ser eterno de Dios y Su trono son más elevados que Su benevolencia amorosa, compasiones y fidelidad (Lm. 3:22-23). La benevolencia amorosa y las compasiones de Dios pueden fluctuar, pero la persona de Dios y Su gobierno permanecen inmutables para siempre. En la Nueva Jerusalén, Dios será plenamente revelado en Su persona, como Rey eterno, y también en Su gobierno, el cual es Su reino eterno e inconmovible (He. 12:28; Ap. 22:3); ambos constituyen el fundamento inconmovible sobre el cual Él trata con Su pueblo.