Que la ofrenda por las transgresiones (al igual que la ofrenda de harina y la ofrenda por el pecado, Lv. 6:17, 25) fuese santísima significa que Cristo, nuestra ofrenda por las transgresiones, es santísimo al encargarse de los pecados manifestados en nuestra conducta. Puesto que la ofrenda por las transgresiones nos remite a la ofrenda por el pecado al recordarnos que el pecado está en nuestra carne (1 Jn. 1:7-8), y nos remite también al holocausto al recordarnos que cometemos pecados debido a que nuestra entrega a Dios no es absoluta (véase la nota Lv. 5:71), no podemos tomar esto a la ligera; más bien, debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones de una manera santa.