Según los vs. 3-9, los sacrificios debían ser ofrecidos a Dios únicamente a la entrada de la Tienda de Reunión delante de Jehová, y su sangre debía ser derramada sobre el altar. Esto significa que nuestra aplicación del Señor Jesús como sacrificio que ofrecemos a Dios y nuestra participación en Su sangre redentora, debe realizarse a la entrada de la morada de Dios (la iglesia) en la tierra y mediante la cruz. En nuestra adoración a Dios, Cristo —quien es el único sacrificio— debe ser aplicado conforme al deseo de Dios y Su economía, dentro de las normas, restricciones y limitaciones fijadas por Él. Aplicar a Cristo fuera de la iglesia, esto es, en el lugar de nuestra preferencia y elección (cfr. Dt. 12:5-6), es abusar de Cristo.