Que el vientre (el abdomen) se hinchase significaba que se hacía anormal. Que el muslo se consumiera significaba que la fuerza de la mujer decaía. Tal procedimiento era ciertamente milagroso.
Que el vientre (el abdomen) se hinchase significaba que se hacía anormal. Que el muslo se consumiera significaba que la fuerza de la mujer decaía. Tal procedimiento era ciertamente milagroso.
Mecer la ofrenda de harina representa resurrección (véase la nota Éx. 29:241). El puñado de la ofrenda de harina incinerado sobre el altar era ofrecido a Dios como porción memorial (v. 26).
Dt. 27:15-26; Sal. 41:13; 72:19; 89:52; Jn. 1:51; 3:3, 11; 5:24, 25; 6:53
Un adjetivo hebreo que significa firme, constante.
Que el cabello de la mujer fuese soltado denota que ella no se sujetó a la autoridad (cfr. 1 Co. 11:10, 15).
La ofrenda de harina representa a Cristo en Su humanidad, quien se ofreció a Dios para que el pueblo de Dios pueda ser aceptado por Él (véanse las notas de Lv. 2). En este caso, la ofrenda de harina era hecha de harina de cebada (el Cristo resucitado; véase la nota Jn. 6:92, párr. 2) y sin derramar aceite (el Espíritu Santo) ni olíbano (la resurrección) sobre ella. Tal ofrenda de harina por causa de celos, traía a la memoria la iniquidad.
El sacerdote aquí podría representar a Cristo o a alguien muy cercano a Dios.
Las medidas que se toman con respecto a una esposa por la cual el marido sienta celos tipifican el celo que Cristo tiene por Sus creyentes y Su iglesia (2 Co. 11:2-3). El ejército combatiente de Cristo está compuesto por Sus vencedores, quienes conforman una esposa combatiente que complementa a Cristo (Ap. 19:7-9, 11-14). A fin de formar parte del ejército combatiente del Señor, tenemos que ser castos para con Él. A los ojos de Dios, si nosotros buscamos o vamos en pos de algo que no sea Cristo, esto es adulterio espiritual (cfr. Jac. 4:4). Los que cometan adulterio espiritual serán juzgados y maldecidos por Dios (1 Co. 16:22) y no podrán combatir por Dios ni servirle.
Aquí el carnero de la expiación tipifica a Cristo como Aquel que hace propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 2:2; 4:10 véase la nota Lv. 16:11). Al tomar medidas con respecto a la contaminación propia de la injusticia, primero confesamos nuestro pecado a Dios y después efectuamos la restitución (véase la nota Nm. 5:71a). Después, retornamos a Dios para ofrecerle a Cristo como nuestro sacrificio propiciatorio. Este proceso muestra cuán fino y detallado es Dios.
Si la persona agraviada ha fallecido, la restitución deberá ser hecha a su pariente. Si la persona no tuviera parientes, esta restitución se vuelve santa, como una porción santa dada a Dios para el sacerdote. En este caso, podemos dar tal restitución a la iglesia o al que sirve a Dios en calidad de sacerdote y vive por fe.
Tomar medidas con respecto a nuestra culpa por haber pecado contra Dios es depurarse de la contaminación propia de la injusticia, de nuestra culpa ante los hombres y nuestra condenación ante Dios. Después de hacer una confesión exhaustiva de nuestros pecados a Dios (1 Jn. 1:9), debemos ir a la persona agraviada a fin de efectuar completa restitución por nuestra transgresión, e incluso añadir algo a lo que debíamos (Lc. 19:8b).
Las tres clases de contaminación respecto de las cuales tomó medidas el campamento de Israel tipifican toda la inmundicia de la cual es necesario depurar a la iglesia. La lepra representa todo lo malo que procede del hombre natural, especialmente cuando hay rebelión (véase la nota Lv. 13:22a). En términos espirituales, padecer flujo representa toda manifestación excesiva, anormal y descontrolada que proceda del hombre natural, lo cual indica que uno carece de control y restricción en relación con uno mismo, con su temperamento, sus preferencias, sus gustos y aversiones (véase la nota Lv. 15:21 y la nota Lv. 15:41). La inmundicia producida por tener contacto con los muertos representa la contaminación propia de la muerte espiritual como producto del contacto con quienes están muertos espiritualmente (véanse las notas de Lv. 11:31). Dios es justo, santo y viviente. Por tanto, ninguna de estas tres clases de contaminación puede ser tolerada en la morada de Dios, ni en Su ejército ni en Su sacerdocio.