La intención de Dios con respecto a Israel era obtener sobre la tierra un pueblo divinamente constituido que fuese Su testimonio. Sin embargo, la mayoría de quienes habían regresado del cautiverio de Babilonia a Jerusalén habían nacido y crecido en Babilonia, no en Israel. El elemento babilónico había sido forjado en ellos y se había convertido en el elemento constitutivo de su ser. Por tanto, después de retornar a la tierra de sus padres para ser ciudadanos de la nación de Israel, era necesario que ellos fueran reconstituidos en su ser; para ello, era necesario que retornasen a Dios volviendo a Su ley, o sea, a Su palabra. Bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías, el pueblo de Israel que había regresado pudo ser constituido colectivamente por Dios y con Dios, mediante Su palabra, para llegar a ser una nación que fuese el testimonio de Dios. Véase la nota Neh. 13:301, párr. 1.
A fin de reconstituir al pueblo de Dios, existe la necesidad de educarlo con la palabra que sale de la boca de Dios y que expresa a Dios. Reconstituir el pueblo de Dios es educarlo introduciéndolo en la Palabra de Dios para que pueda ser saturado con la palabra. La palabra de Dios es uno con el Espíritu (Jn. 6:63; Ef. 6:17). Mediante nuestra lectura diaria de la Palabra divina, la palabra de Dios opera en nuestro ser, y el Espíritu, mediante la palabra, espontáneamente imparte la naturaleza de Dios junto con el elemento de Dios a nuestro ser, lo cual causa que seamos constituidos de Dios.