Con el Señor, un día es como mil años (2 P. 3:8). Según este principio, los dos días mencionados aquí podrían significar los dos primeros períodos de mil años cada uno, contando a partir del año 70 d. C., cuando el príncipe romano Tito destruyó Jerusalén y el templo, matando cruelmente a miles de judíos y haciendo que los judíos fueran dispersados entre las naciones. Fue a partir de entonces que los judíos estuvieron sin rey, sin príncipe, sin sacrificios y sin templo, con lo cual se cumplió la profecía de Oseas que consta en Os. 3:4. Por dos mil años, Dios ha dejado a Israel en una condición de muerte. Después de este período de dos mil años, vendrá el tercer período de mil años. El tercer día podría significar un tercer período de mil años, esto es, el milenio, la era de la restauración, que se realizará en la realidad de la resurrección de Cristo (Ap. 20:6). En ese tiempo, Israel será levantado, esto es, restaurado.
Cristo fue resucitado al tercer día (1 Co. 15:4), y como el Cristo pneumático, el Espíritu vivificante, en resurrección (1 Co. 15:45), Él es la realidad del tercer día (Jn. 11:25). Siempre que contactamos tal Cristo, somos trasladados de la desolación de los dos primeros días a la resurrección del tercer día. Cfr. la nota Hab. 3:21a.