En este capítulo vemos que Dios, en Su soberanía, guardó a David de tener que unirse al campamento de los filisteos para combatir contra Israel; por tanto, David no se vio involucrado en la destrucción de Saúl, sus hijos (incluyendo a Jonatán) y los hombres de Israel (1 S. 31:1-5). Además, regresar al territorio filisteo le permitió rescatar a sus dos esposas y a las familias de sus hombres, que habían sido capturadas por los amalecitas (cap. 30).
Todos los detalles de este relato nos muestran que Dios operaba de manera minuciosa a fin de llevar a cabo Su economía. Dios ejerció Su soberanía para rescatar a David del dilema en que se encontraba. Dios hizo esto no solamente por causa de David, sino también por causa de Su economía. Jesucristo es llamado hijo de David (Mt. 1:1), lo cual indica que David guarda estrecha relación con el hecho de que Dios se hiciera hombre a fin de cumplir lo que Él determinó en la eternidad pasada (Mi. 5:2). Sin David, no habría habido una genealogía en la cual Cristo, quien es Dios, se hubiese hecho hombre para ser uno con la humanidad a fin de llevar a cabo la economía de Dios.