Después que todos los enemigos de Israel fueron subyugados y David fue exaltado como rey de Israel, David cometió un gran pecado cuando se encontraba en una situación apacible. Esto indica que siempre que estamos tranquilos en una situación apacible, fácilmente nos dejamos seducir para dar rienda suelta a nuestra carne (cfr. 1 P. 4:1 y la nota 4). El pecado de David fue resultado de dejarse llevar por los deseos de los ojos y los deseos de la carne (vs. 2-3). David, abusando de los poderes que su reinado le concedía (vs. 4-5), cometió deliberadamente adulterio mediante robo y, después, intentó encubrir tal iniquidad montando una farsa (vs. 6-13). Finalmente, él asesinó a Urías, un fiel siervo suyo, conspirando para ello con Joab, a fin de tomar para sí a la esposa de Urías (vs. 14-25; 12:9). El comportamiento mostrado aquí por David fue completamente diferente al de José, quien corrió para escapar del adulterio (Gn. 39:1-12), y al de Booz, quien no dio rienda suelta a la carne de pecado sino que se mantuvo limpio (Rt. 3). Con este único pecado, David quebrantó los últimos cinco de los Diez Mandamientos (Éx. 20:13-17). El pecado de David fue un gran insulto y una gran ofensa para Dios, y casi anuló todos sus logros del pasado.
David, un hombre conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14), era perfecto en todo aspecto, pero fracasó al dar rienda suelta a las concupiscencias de la carne (1 R. 15:5). En este asunto, David fue irresponsable y sacrificó los logros tan elevados que obtuvo en lo referido a ir en pos de Dios. Aun cuando él era una persona que había obtenido logros elevados en su búsqueda espiritual, fue capaz de cometer un pecado tan grande. Esto debe servirnos de advertencia a todos nosotros.