Los sacerdotes, los ancianos y los escribas, que eran pastores malvados, fueron aniquilados (v. 8a), y Jesús, el Pastor apropiado, fue crucificado, rechazado al máximo (vs. 8, 12-13). Por tanto, los hijos de Israel fueron dejados en manos de los pastores insensatos e inútiles, los cuales no habrían de cuidarlos (vs. 15-17). Después de la crucifixión de Cristo, no hubo un liderazgo apropiado entre el pueblo de Israel, y todos ellos fueron dispersados (Mt. 26:31). Ellos lucharon entre sí, devorándose los unos a los otros. Los pastores insensatos e inútiles que se levantaron en medio de ellos les causaron más sufrimientos. Esta clase de situación permitió que Tito, el príncipe romano, devastara todo el país de Judá en el año 70 d. C. (Mt. 21:33-41 y la nota Mt. 21:411a).
El centro de las profecías en los caps. 9—11 es Cristo como Mesías que fue rechazado. Cristo, quien es el Salvador y Redentor, vino y entró en Jerusalén como el Rey que venía a ellos en forma humilde (Zac. 9:9-10). Al principio, Él fue bien recibido por la gente, pero después, por influencia de los ancianos, sacerdotes y escribas, la gente cambió de opinión y le detestó (v. 8b). El Señor Jesús fue vendido, juzgado, sentenciado y puesto a muerte en la cruz (vs. 12-13). Por tanto, el Mesías, quien temporalmente fue bien recibido, fue rechazado al máximo. Como resultado de ello, el pueblo de Israel se dividió, fue perseguido por el Imperio romano y finalmente fue disperso por toda la tierra (vs. 14-17).