Este capítulo revela el deseo que tiene Jehová de restaurar a Israel. Esta restauración tendrá lugar en el milenio (Mt. 19:28; Hch. 3:21).
La situación de Jerusalén durante la restauración será tan placentera que ello será maravilloso tanto a los ojos del remanente de Israel como a los ojos de Jehová.
Éstas son palabras de aliento que animan a los hijos de Israel a ser fuertes y valerosos a fin de finalizar la obra de reedificación de la casa de Dios. Dios deseaba que Su pueblo viera que Su interés, Su deseo y Su anhelo era finalizar la edificación del templo como centro de Sus intereses sobre la tierra. Asimismo, la carga de Dios en esta era es obtener un pueblo que conozca Su corazón, que comprenda Su deseo y que sea uno con Él a fin de edificar el Cuerpo de Cristo.
En la restauración, los gentiles acudirán a Israel para suplicar el favor, la gracia, de Jehová, y los hijos de Israel serán sacerdotes para ellos (vs. 20-23; Is. 2:2-3; 61:6). Después que los judíos sean salvos al retorno del Señor (Zac. 12:10; Ro. 11:26-27), ellos se convertirán en sacerdotes que enseñarán a todas las naciones arrepentidas. Para entonces, toda la nación de Israel constituirá un sacerdocio, con lo cual cumplirá la intención original de Dios expresada en Éx. 19:6. Ellos enseñarán a los gentiles, las naciones, a conocer el camino de Dios y la persona de Dios; además, les enseñarán a adorar y servir a Dios. En calidad de sacerdotes, ellos conducirán a las naciones a la presencia de Dios a fin de que ellas sean iluminadas, corregidas y favorecidas con todas las riquezas de Dios. La profecía en los vs. 20-23 representó una palabra de aliento dada a los hijos de Israel. Véase la nota Is. 2:32.
En el milenio, Dios revertirá los efectos del juicio hecho sobre Babel (Gn. 11:7-9) y resolverá el problema causado por la existencia de lenguas diferentes entre las naciones. Lo sucedido en Pentecostés (Hch. 2:4-11) es prefigura de lo que tendrá lugar durante la era del reino milenario.