Los levitas fueron en contra incluso de los vínculos más estrechos que los unían a quienes habían adorado al becerro de oro. Al matar a los idólatras, los hijos de Leví se separaron del resto de sus hermanos y fueron hechos aptos para ejercer el sacerdocio con el Urim y el Tumim (Dt. 33:8-10). La intención de Dios era que la nación entera de Israel fuese un reino de sacerdotes (Éx. 19:6), pero a causa de la adoración al becerro de oro, la mayoría de los hijos de Israel perdió el sacerdocio. El sacerdocio fue, entonces, dado a una sola tribu, la tribu de Leví.
La intención de Dios es que todo creyente en Cristo, todo hijo de Dios, sea un sacerdote (Ap. 1:6; 5:10). Sin embargo, a lo largo de los siglos la adoración impura ha hecho que la mayoría de los creyentes pierda el sacerdocio. Los parientes de los levitas nos representan a nosotros, a aquella parte de nuestro ser que participa en la adoración idólatra. Si “matamos” a tales adoradores impuros, seremos los vencedores que conservan el sacerdocio; de otro modo, seremos contados entre aquellos que perdieron el sacerdocio.