Con el tercer grupo de tres plagas, Dios alteró algunos principios que rigen la naturaleza. En esta plaga, la séptima, Dios alteró la función que cumplía la lluvia, de tal modo que ésta ya no regaba la tierra para producir vida, sino que se convirtió en granizo que dañaba el producto de la tierra y, lejos de saciar la sed de las personas, les causaba la muerte. Más aún, el granizo estaba mezclado con fuego (v. 24), lo cual indicaba nuevamente que Dios había alterado uno de los principios naturales que gobiernan la tierra.
