Dios enseñó a Nabucodonosor haciéndole saber que él era nada y que el Dios poderoso, que da el reino de los hombres a quien quiere, lo es todo.
Dios enseñó a Nabucodonosor haciéndole saber que él era nada y que el Dios poderoso, que da el reino de los hombres a quien quiere, lo es todo.
El libro de Daniel aborda tres asuntos cruciales: el gobierno celestial de Dios, la preeminencia de Cristo y el destino que Dios determinó para Su pueblo. En Su economía Dios administra el universo, incluyendo a todos los reyes y reinos sobre la tierra, a fin de cumplir Su propósito, el cual consiste en que Cristo debe ser preeminente en todas las cosas (Col. 1:18). Para que Cristo sea preeminente, Dios tiene necesidad de un pueblo escogido que coordine y coopere con Él. Bajo el gobierno de los cielos, todo coopera para el bien de los elegidos de Dios con el propósito de hacer que Cristo sea preeminente (Ro. 8:28-29).
Dios dio a Nabucodonosor doce meses para arrepentirse. Sin embargo, Nabucodonosor carecía de la capacidad para conocer internamente a Dios, y nada dentro de su ser fue afectado. Por tanto, no se produjo arrepentimiento ni cambio alguno en su ser; más bien, Nabucodonosor estaba lleno de orgullo (vs. 30, 37; 5:20), por lo cual fue objeto del juicio de Dios (Pr. 16:18; 1 P. 5:5).
Según su naturaleza y su propio ser, Nabucodonosor no era un hombre sino una bestia. Por esta razón, su corazón fue cambiado para dejar de ser el corazón de un hombre y se le dio un corazón de bestia (v. 16). Dios también le quitó el raciocinio propio de los hombres (cfr. v. 34).
La expresión siete tiempos podría referirse a siete semanas, o sea, cuarenta y nueve días.
Debido a que las bestias caminan sobre sus cuatro patas, ellas miran para abajo; pero los seres humanos andamos en dos pies y podemos levantar la mirada. El raciocinio de Nabucodonosor le fue restaurado en cuanto miró hacia arriba, hacia los cielos. Debido a que él mismo cambió, su raciocinio también le fue restaurado.