Si tenemos que hablar sobre el error cometido por un hermano, debemos controlarnos y cuidarnos de no exagerar. Puesto que todo hermano es precioso para el Señor Jesús, quien lo considera un tesoro pues lo compró a un gran precio, el de Su propia sangre (1 P. 1:18-19), es pecado denigrar a un hermano criticándolo o hablando en demasía sobre su error.