En todas sus experimentaciones en la vida humana, Salomón, en concordancia con la economía de Dios, animó a los hombres caídos que viven debajo del sol a regocijarse y a hacer el bien en su vida así como a disfrutar lo que Dios les ha dado, comiendo, bebiendo y gozándose en todo su trabajo (Ec. 2:24; 3:12-13; 5:18-20; 8:15; 9:7-10). Dios creó al hombre para Sí mismo, pero el hombre fue seducido por Satanás, quien le indujo a abandonar a Dios, con lo cual el hombre se convirtió en una criatura caída. No obstante, Dios continúa bendiciendo al hombre a fin de que éste tenga una buena vida y disfrute de diversos bienes materiales (cfr. Mt. 5:45b; 1 Ti. 6:17). Al hacer esto, Dios sustenta la existencia del linaje humano de generación en generación, con lo cual Él obtiene la oportunidad de llevar a cabo Su redención en beneficio del hombre caído, realizar Su propósito eterno eligiendo y predestinando a los hombres para el Cuerpo de Cristo y, además, sustentar al hombre caído que pertenece a Su vieja creación, la cual será una provisión para que Él pueda producir Su nueva creación en Cristo a partir de la vieja creación (2 Co. 5:17; Gá. 6:15). Esto es corroborado por la predicación del apóstol Pablo en Hch. 14:15-17 y Hch. 17:24-31.
Para poder llevar una vida en la que testifiquemos de Cristo y ministremos Cristo a otros a fin de glorificar a Dios, tenemos necesidad de las cosas materiales y físicas; pero no debemos ser atraídos, atrapados ni usurpados por ellas. Si somos usurpados por tales cosas, padeceremos su vanidad. Ciertamente vivimos en el mundo y atravesamos tal “feria de vanidades”, pero no debemos permanecer allí por su vanagloria (1 Jn. 2:15-17). Actualmente, todo lo perteneciente a la vieja creación está sujeto a la esclavitud de corrupción (Ro. 8:20-21). Si no escapamos “la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 P. 1:4), tendremos parte en su vanidad.