El cap. 34 presenta un cuadro del recobro que Dios efectúa en Su pueblo externamente al venir a ellos como Pastor que busca Sus ovejas perdidas y las trae de regreso a su propia tierra, y el cap. 36 trata sobre el recobro interno que Dios efectúa mediante la vida al dar a Su pueblo un corazón nuevo y un espíritu nuevo así como al poner Su Espíritu dentro de ellos. El cap. 37 revela de qué manera el Espíritu de Dios entra en Su pueblo a fin de vivificarlo para hacer de él un Cuerpo corporativo que constituye un ejército y es edificado como morada de Dios.

La visión de los huesos secos muestra que antes que Dios viniera a renovarnos y regenerarnos, no solamente éramos pecadores e inmundos (Ez. 36:25), sino que también estábamos muertos y sepultados en “sepulcros” de diversas cosas pecaminosas, mundanas y religiosas (vs. 12-13). Éramos como huesos muertos y secos, desmembrados y dispersos, carentes de toda unidad. Pero el Señor es el Salvador de los muertos (Jn. 5:25; Ef. 2:1-8).

El profetizar de Ezequiel en este capítulo no consistió en predecir algo, sino en proclamar, manifestar, algo de parte del Señor. Cuando Ezequiel proclamó, Dios dio el Espíritu al pueblo (vs. 10, 14). El principal significado de profetizar en la Biblia no es el de predecir, sino el de proclamar al Señor, ministrar al Señor a las personas. Véanse las notas de 1 Co. 14:24-25.

O, espíritu; heb. rúaj; que se traduce variadamente como viento, aliento o espíritu en los vs. 5-10 y 14. En términos de nuestra experiencia espiritual, cuando Dios sopla sobre nosotros, Su aliento es el viento; cuando inhalamos este viento, es el aliento para nosotros; y cuando tal aliento está en nuestro interior, es el Espíritu. Cuando Ezequiel profetizó, Dios sopló el viento, la gente recibió el aliento, y el aliento se convirtió en el Espíritu, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:6). Cfr. Jn. 3:8 y la nota 1.

Los huesos secos primero se juntaron, y después el aliento entró en ellos (v. 10), mostrando que primero tenemos que congregarnos en unidad y luego recibiremos el aliento de Dios (cfr. Jn. 20:19-22; Hch. 1:12-14; 2:1-4).

La revelación contenida en este capítulo muestra que el único medio para que se obtenga el Cuerpo, la iglesia, y la casa de Dios en la unidad genuina es el camino de la vida. Cuando el aliento entró en los muertos, se convirtió en vida para ellos, por lo cual ellos vivieron y se pusieron de pie en unidad para convertirse en un ejército extremadamente grande. Los huesos secos y las dos ramas muertas mencionadas en los vs. 16-17 llegaron a ser uno no por los dones o por la enseñanza, sino por la vida. Los huesos muertos y las ramas muertas fueron vivificados y llegaron a ser uno como resultado de la impartición de vida y del crecimiento en vida (cfr. Jn. 17:2, 11, 17, 21-23; Ef. 4:11-16).

Las dos piezas de madera carentes de vida simbolizan las dos partes de la nación dividida de Israel, esto es, el reino sureño de Judá y el reino norteño de Israel. Estos dos reinos no podían ser uno y, a los ojos del Señor, estaban completamente muertos y secos. Después de ser vivificados, ellos pueden juntarse y llegar a ser uno (v. 17). Véase la nota Ez. 37:10¹. Mientras que los huesos secos de los vs. 1-14 sirven para la formación de un ejército que combata las batallas en pro de Dios, las piezas de madera de los vs. 16-22 sirven para la edificación de la casa de Dios como Su morada.

En referencia a Cristo, quien es el verdadero David (véase la nota Ez. 34:23¹). Con relación a Israel, la profecía dada aquí se cumplirá en el milenio, la era de la restauración, y en la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva.