Romanos 8:3 indica que esta carne, aunque era la carne de pecado, sólo tenía la semejanza de carne de pecado, pero no tenía el pecado de la carne. Fue la Palabra quien se hizo carne, y ésta era Dios, el Dios Triuno completo (v. 1). El hecho de que la Palabra se hiciera carne significa que el Dios Triuno se hizo un hombre de carne en la semejanza de un hombre pecaminoso. Al hacer esto Dios entró en el hombre pecaminoso y se hizo uno con él. Sin embargo, Él tenía sólo la semejanza del hombre pecaminoso pero no tenía el pecado de éste. Así que, Él era un Dios-hombre sin pecado, el Dios completo y el hombre perfecto, con dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana. Aunque estas dos naturalezas se mezclaron y produjeron el Dios-hombre, las características individuales de las dos naturalezas permanecieron distintas; las dos naturalezas no se combinaron formando una tercera naturaleza. Más bien, la naturaleza divina habitó en la naturaleza humana y fue expresada a través de ésta, llena de gracia, la cual es Dios disfrutado por el hombre, y llena de realidad, la cual es Dios obtenido por el hombre. De esta manera, el Dios invisible fue expresado para que el hombre le alcanzara y le disfrutara como su vida para el cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios.
El hecho que Dios se hiciera carne contradecía la enseñanza gnóstica de ese tiempo. Los gnósticos afirmaban que Dios, quien es puro, jamás podría unirse con la carne, porque ésta es una sustancia maligna. Los docetas se basaban en la enseñanza del gnosticismo para negar que Cristo había venido en la carne (1 Jn. 4:2). Juan escribió este evangelio, en parte para refutar la herejía del docetismo y para demostrar contundentemente que Cristo, el Dios-hombre, es en realidad Dios, quien se hizo carne (solamente con la semejanza de carne de pecado, pero sin el pecado de ésta), a fin de, mediante la carne, destruir al diablo (He. 2:14) y quitar los pecados del hombre (He. 9:26); y a fin de unirse al hombre y ser expresado por medio de la humanidad para el cumplimiento de Su glorioso propósito, un propósito que Él planeó en la eternidad pasada para la eternidad futura.
El pensamiento profundo del Evangelio de Juan es que Cristo, el Dios encarnado, vino como la corporificación de Dios, según se muestra con el tabernáculo (v. 14) y con el templo (Jn. 2:21), para que el hombre pudiera tener contacto con Él y entrar en Él para disfrutar las riquezas contenidas en Dios. Tanto el tabernáculo como el templo tenían atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Así que Juan hace notar, primero, que Cristo era el Cordero (que quitó el pecado, v. 29) ofrecido en el altar, el cual representa la cruz, y estaba en el atrio del tabernáculo, y luego, que Él era como la serpiente de bronce (que hizo que el hombre tuviera vida) levantada sobre el asta (Jn. 3:14), que representa la cruz. Esto muestra cómo Cristo en Su redención fue recibido por Sus creyentes, quienes así son librados del pecado y obtienen vida, y además entran en Él, quien es la corporificación de Dios, lo cual es tipificado por el tabernáculo, para disfrutar todas las riquezas de Dios. El lavamiento de los pies mencionado en el cap. 13, puede considerarse el lavamiento en el lavacro que estaba en el atrio del tabernáculo, el cual quitaba la contaminación terrenal de aquellos que se acercaban a Dios, a fin de mantener la comunión que ellos tenían con Dios y con los demás. En el cap. 14, aquellos que reciben a Cristo son traídos por Él al Lugar Santo para que le experimenten como el pan de vida (Jn. 6:35), representado por el pan de la Presencia, y como la luz de la vida (Jn. 8:12; 9:5), tipificada por el candelero. Finalmente, en el cap. 17, por la oración más elevada y misteriosa, tipificada por el incienso quemado sobre el altar de oro, aquellos que disfrutan a Cristo como vida y como luz son introducidos por Él al Lugar Santísimo, para entrar con Él en el más profundo disfrute de Dios y para disfrutar la gloria que Dios le ha dado (Jn. 17:22-24).