Al responder a los fariseos y a los escribas justos en su propia opinión, quienes condenaron al Salvador por comer con los pecadores, el Señor les refirió tres parábolas que revelan y describen la manera en que la Trinidad Divina opera para llevar a los pecadores de regreso al Padre, a través del Hijo y por el Espíritu. El Hijo vino en Su humanidad como el Pastor para buscar al pecador, la oveja perdida, y traerle de regreso a casa (vs. 4-7). El Espíritu busca al pecador tal como la mujer busca cuidadosamente la moneda perdida hasta encontrarla (vs. 8-10). Y el Padre recibe al pecador arrepentido que regresa, tal como aquel hombre recibe a su hijo pródigo (vs. 11-32). La Trinidad Divina en Su totalidad valora como un tesoro al pecador y participa en traerlo de nuevo a Sí. Las tres parábolas dan énfasis al amor de la Trinidad Divina más que a la condición caída y el arrepentimiento del pecador penitente. El amor divino se expresa plenamente en el cuidado tierno del Hijo como el buen pastor, en la detallada búsqueda del Espíritu como el amador del tesoro, y en la calurosa acogida del Padre como un padre amoroso.