Con respecto a las fiestas, véanse las notas de Lv. 23.

Con respecto a las fiestas, véanse las notas de Lv. 23.
Véase la nota Éx. 20:81a.
Esto significa que en nuestro contacto con los demás y la relación que tenemos con ellos, tenemos que ser puros y no ser complicados (cfr. 1 Ti. 3:2 y la nota 3).
Véase la nota Lv. 10:91 y la nota Nm. 6:31a.
El cabello que cubre nuestra cabeza representa nuestra sumisión a la autoridad del Señor como Cabeza. Raparse la cabeza representa rebeldía contra la autoridad del Señor como Cabeza (1 Co. 11:5, cfr. v. 10). Por otro lado, que un varón tenga una cabellera larga representa gloriarse en uno mismo con la ambición de ser un líder. Si hemos de ser aptos para servir al Señor, no debemos raparnos la cabeza, lo cual significa que debemos tener la sumisión apropiada (Ef. 5:21; 1 P. 5:5), y tampoco debemos dejar que nuestra cabellera crezca hasta tenerla larga, lo cual significa que no debemos buscar nuestra propia gloria ni nuestra propia honra, ni tampoco procurar alguna posición o liderazgo (Mt. 23:1-12).
Esto indica que a los sacerdotes no se les permitía mezclar lo santo con lo profano, sino que tenían que mantener la separación entre lo santo y lo profano.
Las vestiduras de lino representan un vivir y andar diario en el Espíritu vivificante por la vida de Cristo. Tal vivir y andar es puro, limpio y fino. Las vestiduras de lana harían que el sacerdote sudase (v. 18), lo cual es señal del hombre caído que labora bajo la maldición de Dios, sin la bendición de Dios, valiéndose de su propia energía y fuerzas (Gn. 3:19).
Mientras que la grosura de las ofrendas tipifica la preciosidad de la persona de Cristo, la sangre representa la obra redentora de Cristo. En nuestro servicio a Dios tenemos que presentarle ambas a Él.
Quienes siguen a la mayoría y se descarrían apartándose del Señor al ir en pos de ídolos, han dejado de ser aptos para servir directamente al Señor y han perdido la posición requerida para ello (vs. 10-14). Es posible que ellos todavía tengan parte en el servicio de la iglesia, pero su servicio será un servicio indirecto al Señor. Únicamente quienes están circuncidados y son absolutamente fieles al Señor pueden servirle directamente (vs. 15-16).
La circuncisión tipifica tomar medidas con respecto a la carne, el hombre natural y el viejo hombre mediante la operación de la cruz en nuestro interior (cfr. Ro. 2:28-29; Fil. 3:3; Col. 2:11). Si no hemos tomado medidas mediante la cruz con respecto a nuestra carne, nuestro hombre natural y nuestro viejo hombre, entonces no somos aptos para servir en la iglesia; más bien, el Señor nos considera extranjeros. Véase la nota Éx. 4:251 y la nota Éx. 12:431.
Lit., ellos quebrantaron.
Véase la nota Ez. 43:51.
El Príncipe, aquí, es Cristo como el Rey en el reino milenario venidero. Lo dicho en los vs. 1-3 indica que Cristo y Dios son iguales en cuanto a posición, pues únicamente Cristo puede entrar y salir por la puerta por la que pasó Dios. Por tanto, Dios y Cristo tienen una porción especial y santa entre el pueblo de Dios.
Quienes han de servir al Señor directamente en Su presencia no deben entrar en contacto con quienes están espiritualmente muertos. Véase la nota Lv. 21:11 y la nota Lv. 11:311.
Véase la nota Lv. 11:312.
Siempre que nos acercamos a Dios, tenemos que presentarle la ofrenda por el pecado, aplicando la redención efectuada por el Señor y recibiendo el lavamiento de Su preciosa sangre. Véase la nota Éx. 29:361.
Véase la nota Nm. 18:201a.
Esto indica que todo aquel que sirve a Dios en calidad de sacerdote no solamente tiene a Dios como posesión suya (v. 28), sino que también posee a Cristo en todos Sus ricos aspectos, quien es representado por las ofrendas (cfr. Ef. 3:8). Véase la nota Nm. 18:91 y la nota Nm. 18:311.