El sueño de Jacob es de importancia crucial en este libro, y los vs. 10-22 revelan el asunto más crucial en la revelación de Dios. Dios desea tener una casa en la tierra y se ha propuesto transformar a Sus llamados en piedras, es decir, en material útil para Su edificio. En el relato del sueño de Jacob, la piedra (vs. 11, 18, 22), la columna (v. 18), la casa de Dios (vs. 17, 19, 22) y el aceite (v. 18) son elementos destacados. La piedra simboliza a Cristo como la piedra de fundamento, la piedra cimera y la piedra del ángulo para el edificio de Dios (Is. 28:16; Zac. 4:7; Hch. 4:10-12). Ella también simboliza al hombre transformado, en quien se forja Cristo como elemento transformador a fin de hacer de dicho hombre el material apropiado para la edificación de la casa de Dios (Gn. 2:12; Mt. 16:18; Jn. 1:42; 1 Co. 3:12; 1 P. 2:5; Ap. 21:11, 18-20), la cual hoy es la iglesia (1 Ti. 3:15) y cuya consumación será la Nueva Jerusalén como morada eterna de Dios y Sus elegidos que Él redimió (Ap. 21:3, 22). En el v. 11 Jacob usó una piedra como almohada, lo cual significa que el mismo elemento divino de Cristo que fue forjado en nuestro ser al haber nosotros experimentado subjetivamente a Cristo llega a ser una almohada que nos provee descanso (cfr. Mt. 11:28). Después de despertar de su sueño Jacob erigió esta “piedra-almohada” como columna, lo cual significa que el Cristo forjado en nuestro ser y en quien descansamos se convierte en el material y soporte del edificio de Dios, la casa de Dios (cfr. 1 R. 7:21; Gá. 2:9; Ap. 3:12). Por último, Jacob derramó aceite —un símbolo del Espíritu como la consumación del Dios Triuno que llega al hombre (Éx. 30:23-30; Lc. 4:18)— sobre la columna, lo cual simboliza que el hombre transformado es uno con el Dios Triuno y lo expresa. Esta piedra llegó a ser Bet-el, la casa de Dios (vs. 19, 22). La casa de Dios es la morada mutua de Dios y Sus redimidos (Jn. 14:2, 23), a saber: el hombre como morada de Dios (Is. 66:1-2; 1 Co. 3:16; Ef. 2:22; He. 3:6; Ap. 21:3) y Dios como morada del hombre (Sal. 90:1; Jn. 15:5; Ap. 21:22). Por tanto, la casa de Dios está constituida por Dios y el hombre conjuntamente mezclados como una sola entidad. En la casa de Dios, Dios se expresa en la humanidad, y tanto Dios como el hombre encuentran mutua y eterna satisfacción y descanso.