Incluso mientras aún estaba en el vientre de su madre, Jacob luchaba por ser el primogénito. Su deseo de ser el primero correspondía con la intención de Dios de que él recibiera la primogenitura. Sin embargo, al igual que su abuelo Abraham, Jacob se valió de su destreza y fuerza naturales para procurar cumplir con la intención de Dios y satisfacer su propio deseo. Aunque Dios lo escogió para ser el primero, en Su soberanía Él hizo que Jacob naciera segundo para que aprendiera que su hombre natural era por completo indigno y tenía que ser eliminado. Puesto que el hombre natural de Jacob no era apto, él tenía que ser transformado.
El relato de la vida de Jacob ocupa más de la mitad de Génesis. Este largo relato nos muestra que el propósito de Dios al efectuar Su selección, predestinación y llamamiento es el de transformar a pecadores en hijos reales de Dios, que portan Su imagen para expresarlo y ejercen Su dominio para representarlo (cfr. Gn. 1:26). Dios dispuso que Jacob llevase una vida de constantes luchas todos sus días; más aún, Dios soberanamente dispuso toda circunstancia, situación y persona relacionada con la vida de Jacob e hizo que todo ello cooperase para el bien de Jacob, de modo que Él pudiera transformar a Jacob —un suplantador y uno que se asía al calcañar— en Israel, un príncipe de Dios. En particular, Dios usó la familia de Jacob, incluyendo a su padre, su madre, su hermano, su tío, sus esposas y sus hijos, para tratar con Jacob a fin de transformarlo. La manera en que Dios trató con Jacob es un cuadro completo de la disciplina y obra transformadora del Espíritu Santo en los creyentes neotestamentarios (Ro. 8:28-29; 12:2; 2 Co. 3:18).