Heb. El Shaddai. Véase la nota Gn. 17:12a.
Heb. El Shaddai. Véase la nota Gn. 17:12a.
O, colocó como una almohada. Así también en el v. 18.
El sueño de Jacob es de importancia crucial en este libro, y los vs. 10-22 revelan el asunto más crucial en la revelación de Dios. Dios desea tener una casa en la tierra y se ha propuesto transformar a Sus llamados en piedras, es decir, en material útil para Su edificio. En el relato del sueño de Jacob, la piedra (vs. 11, 18, 22), la columna (v. 18), la casa de Dios (vs. 17, 19, 22) y el aceite (v. 18) son elementos destacados. La piedra simboliza a Cristo como la piedra de fundamento, la piedra cimera y la piedra del ángulo para el edificio de Dios (Is. 28:16; Zac. 4:7; Hch. 4:10-12). Ella también simboliza al hombre transformado, en quien se forja Cristo como elemento transformador a fin de hacer de dicho hombre el material apropiado para la edificación de la casa de Dios (Gn. 2:12; Mt. 16:18; Jn. 1:42; 1 Co. 3:12; 1 P. 2:5; Ap. 21:11, 18-20), la cual hoy es la iglesia (1 Ti. 3:15) y cuya consumación será la Nueva Jerusalén como morada eterna de Dios y Sus elegidos que Él redimió (Ap. 21:3, 22). En el v. 11 Jacob usó una piedra como almohada, lo cual significa que el mismo elemento divino de Cristo que fue forjado en nuestro ser al haber nosotros experimentado subjetivamente a Cristo llega a ser una almohada que nos provee descanso (cfr. Mt. 11:28). Después de despertar de su sueño Jacob erigió esta “piedra-almohada” como columna, lo cual significa que el Cristo forjado en nuestro ser y en quien descansamos se convierte en el material y soporte del edificio de Dios, la casa de Dios (cfr. 1 R. 7:21; Gá. 2:9; Ap. 3:12). Por último, Jacob derramó aceite —un símbolo del Espíritu como la consumación del Dios Triuno que llega al hombre (Éx. 30:23-30; Lc. 4:18)— sobre la columna, lo cual simboliza que el hombre transformado es uno con el Dios Triuno y lo expresa. Esta piedra llegó a ser Bet-el, la casa de Dios (vs. 19, 22). La casa de Dios es la morada mutua de Dios y Sus redimidos (Jn. 14:2, 23), a saber: el hombre como morada de Dios (Is. 66:1-2; 1 Co. 3:16; Ef. 2:22; He. 3:6; Ap. 21:3) y Dios como morada del hombre (Sal. 90:1; Jn. 15:5; Ap. 21:22). Por tanto, la casa de Dios está constituida por Dios y el hombre conjuntamente mezclados como una sola entidad. En la casa de Dios, Dios se expresa en la humanidad, y tanto Dios como el hombre encuentran mutua y eterna satisfacción y descanso.
Esta escalera es el centro, el foco, del sueño de Jacob. Este sueño es una revelación de Cristo, pues Cristo es la realidad de la escalera que Jacob vio (véase Jn. 1:51 y las notas). Cristo como Hijo del Hombre, en Su humanidad, es la escalera que trae el cielo (Dios) a la tierra (el hombre) y une la tierra al cielo haciéndolos uno (cfr. Jn. 14:6). Nuestro espíritu regenerado, la morada de Dios hoy (Ef. 2:22), es la base en la tierra sobre la cual Cristo, la escalera celestial, ha sido establecido (2 Ti. 4:22). Por tanto, siempre que nos volvemos a nuestro espíritu experimentamos a Cristo como la escalera que introduce a Dios en nosotros y nos introduce en Dios (véase la nota He. 10:191b). Allí donde está la escalera también encontraremos un cielo abierto, el hombre transformado, la unción que reposa sobre este hombre y la edificación de la casa de Dios realizada con este hombre. Cristo como escalera celestial tiene como fruto Bet-el, la iglesia, el Cuerpo de Cristo, y la consumación de esta escalera es la Nueva Jerusalén.
Los ángeles son espíritus ministradores enviados para servir a los herederos de la salvación de Dios (He. 1:14 y la nota 1, párr. 3).
Que Dios se refiriese a Sí mismo como el Dios de Abraham y el Dios de Isaac implicaba que Él también sería el Dios de Jacob. El Dios de Abraham es el Dios de la justificación, el Dios de Isaac es el Dios de la gracia y el Dios de Jacob es el Dios de la transformación efectuada mediante la disciplina divina. A la postre, el Dios de Jacob se convirtió en el Dios de Israel (33:20; Éx. 5:1), el Dios del Jacob transformado.
Dios le prometió a Jacob darle la descendencia, la tierra y la bendición (vs. 13-14), como se lo había prometido a Abraham (Gn. 12:3, 7; 13:14-16; 15:18; 22:17-18) y a Isaac (Gn. 26:3-4). La tierra tiene como finalidad el reino de Dios, y la descendencia tiene como finalidad la expresión de Dios y la propagación de la imagen de Dios. Tanto la tierra como la descendencia son Cristo (véase la nota Gn. 15:31a), quien también se convierte en la bendición (v. 14) con la cual bendecimos a otros (Ro. 15:29).
Éste era un lugar en la tierra, pero estaba unido al cielo; por tanto, Jacob lo llamó la puerta del cielo. Al estar en la iglesia, la casa de Dios, aquí en la tierra, podemos entrar por la puerta del cielo y, mediante Cristo como escalera celestial, podemos ver y experimentar las cosas que están en el cielo. Véase He. 4:16 y la nota 1.
Que significa casa de Dios. Véase la nota Gn. 35:11a, párr. 2.