La experiencia que tuvo Job en el Antiguo Testamento de ser consumido y despojado por Dios estaba muy rezagada con respecto a la experiencia que tuvo Pablo en el Nuevo Testamento. Dios primero despojó a Job de sus posesiones (Job 1:13-19) para después consumirlo al padecer éste una plaga en su cuerpo (Job 2:7). En el Nuevo Testamento, ser consumido y despojado por Dios llega a ser algo placentero. Desde el día de su conversión, Pablo fue alguien a quien Dios consumió y despojó (2 Co. 4:8-18; Fil. 3:7-8). Sin embargo, cuando Pablo padecía necesidades por causa de Cristo, se complacía en ello (2 Co. 12:10), e incluso se regocijaba en el Señor por sus experiencias (Col. 1:24; Fil. 4:4). En contraste, Job no se regocijaba, sino que estaba constantemente irritado.
Al ser consumido y despojado por Dios, Pablo no era estrecho pese a estar oprimido en todo aspecto ni tampoco fue destruido pese a haber sido derribado (2 Co. 4:8-9). Él no se desanimaba, sino que tenía la expectativa de morir para poder manifestar la vida de Cristo y de ser consumido diariamente para poder ser renovado, de modo que mediante una leve tribulación momentánea fuese aumentado el eterno peso de gloria del cual él sería partícipe en las eras venideras (2 Co. 4:10-12, 16-17; cfr. Ro. 8:18). A diferencia de Job, Pablo no maldijo el día de su nacimiento, ni tampoco dijo que prefería morir antes que vivir. Por el contrario, después de mucha consideración Pablo dijo que prefería vivir antes que morir debido a que, para él, el vivir era Cristo (Fil. 1:21-25). Pablo vivía a Cristo con el fin de magnificarlo, ya sea por vida o por muerte, mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-20). A él no le importaba la vida o la muerte; lo único que le importaba era vivir a Cristo a fin de magnificarlo. Cuando Dios creó al hombre, ésta era la clase de vida que Él quería que el hombre viviera.