Job estaba turbado, perplejo y enredado en gran manera a causa del sufrimiento que le infligían los desastres que sobrevinieron sobre sus posesiones y sus hijos así como por la plaga que afectaba su cuerpo, todo ello pese a su perfección, rectitud e integridad. Cuando Job maldijo el día de su nacimiento, lo cual equivalía a maldecir a su propia madre, él ciertamente no fue perfecto ni recto, ni tampoco retuvo su integridad; más bien, fracasó por completo en cuanto a ser íntegro.
La intención que Dios tenía con respecto a Job era consumirlo y despojarlo de sus logros, sus éxitos, relacionados con el nivel más alto de ética en perfección y rectitud (Job 1:1). La intención de Dios también era demoler al Job natural en cuanto a su perfección y rectitud para poder edificar un Job renovado con la naturaleza y los atributos de Dios. La intención de Dios no era obtener un Job que estuviera en la línea del árbol del conocimiento del bien y del mal, sino un Job en la línea del árbol de la vida (Gn. 2:9). Por último, la intención de Dios era hacer de Job un hombre de Dios (1 Ti. 6:11; 2 Ti. 3:17), lleno de Cristo, la corporificación de Dios, que fuese la plenitud de Dios para la expresión de Dios en Cristo (Ef. 3:14-21). Tal hombre de Dios, cuyo elemento constitutivo —en conformidad con la economía divina— sería Dios mismo, jamás se vería enredado por dificultad o problema alguno al punto de maldecir su nacimiento y preferir morir antes que vivir. Véase la nota Job 3:111.