Los cuarenta y dos capítulos de Job nos dejan con una pregunta de crucial importancia, la cual tiene dos partes: ¿Cuál era el propósito de Dios al crear al hombre, y qué propósito tiene Dios en el trato que aplica a Su pueblo escogido? Se necesita toda la Biblia para responder esta pregunta. En particular, el Nuevo Testamento es una larga respuesta a la pregunta planteada en Job. Esta respuesta es la economía eterna de Dios según Su beneplácito, la cual consiste en impartirse en Su Trinidad Divina —en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu— a Su pueblo escogido y redimido mediante Su encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, con el derramamiento del Espíritu, a fin de hacer que todos ellos sean iguales a Él en vida y naturaleza mas no en la Deidad, convirtiéndolos en Su duplicación que habrá de expresarlo (Ro. 8:28-29 y las notas). El resultado de tal impartición divina es la iglesia como el Cuerpo de Cristo, como el nuevo hombre y como el organismo del Dios Triuno. Este organismo alcanzará su consumación en la Nueva Jerusalén como la encarnación de Dios agrandada, aumentada, la cual llega a su plena consumación, o sea, la plenitud del Dios Triuno (Ef. 3:19) para que Él se exprese corporativamente en Su divinidad mezclada con humanidad por la eternidad. Ésta es la revelación divina contenida en el Nuevo Testamento que es la respuesta a los sufrimientos de Job y a la gran pregunta respecto al propósito que Dios tiene en la creación del hombre y en el trato que Él aplica a Su pueblo escogido.
