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Capítulos de libros «La Epístola de Pablo a Los Romanos»
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  • El bautismo no es una formalidad ni un rito; representa nuestra identificación con Cristo. Mediante el bautismo somos sumergidos en Cristo tomándole como la esfera en que fuimos puestos a fin de ser hechos uno con Él en Su muerte y resurrección.

  • Nacimos en la esfera de Adán, el primer hombre (1 Co. 15:45, 47), pero por medio del bautismo hemos sido trasladados a la esfera de Cristo (1 Co. 1:30; Gá. 3:27), el segundo Hombre (1 Co. 15:47).

  • Cuando somos bautizados en Cristo, somos bautizados en Su muerte. Su muerte nos ha separado del mundo y del poder satánico de las tinieblas, y ha puesto fin a nuestra vida natural, nuestra vieja naturaleza, nuestro yo, nuestra carne e incluso a toda nuestra historia.

  • Nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo (v. 6), y ha sido sepultado con Él en la muerte por medio del bautismo. En la esfera natural, las personas mueren primero para después ser sepultadas; pero lo dicho por Pablo da a entender que en la esfera espiritual, primero somos sepultados y luego morimos. No morimos directamente; entramos en la muerte de Cristo por el bautismo.

  • Cristo y Su muerte son uno. Separados de Él jamás podríamos ser bautizados en Su muerte, porque el elemento de Su muerte eficaz sólo se encuentra en Él, el Cristo resucitado y todo-inclusivo.

  • Se refiere a la manifestación de la divinidad.

  • Después del bautismo venimos a ser nuevas personas en resurrección. La resurrección no sólo es un estado que está por venir; también es un proceso actual. Andar en novedad de vida significa vivir hoy en la esfera de la resurrección y reinar en vida. Esta clase de vivir pone fin a todo lo que pertenece a Adán en nosotros, hasta que seamos plenamente transformados y conformados a la imagen de Cristo (Ro. 8:29).

  • La expresión siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él denota una unión orgánica en la cual se produce el crecimiento, de modo que uno participa de la vida y de las características del otro. En nuestra unión orgánica con Cristo, todo lo que Cristo ha experimentado viene a ser nuestra historia. Su muerte y Su resurrección ahora son nuestras porque estamos en Él y estamos unidos a Él orgánicamente. Este injerto también se menciona en Ro. 11:24. Tal injerto:
    1) elimina todos nuestros elementos negativos;
    2) resucita nuestras facultades creadas por Dios;
    3) lleva nuestras facultades a un nivel más alto;
    4) enriquece nuestras facultades
    5) satura todo nuestro ser hasta transformarnos.

  • La semejanza de la muerte de Cristo es el bautismo que se menciona en el v. 4 la semejanza de la resurrección de Cristo es la novedad de vida que se menciona en el mismo versículo.

  • Esto no se refiere a una resurrección objetiva que está por venir, sino al proceso actual de crecimiento. Cuando fuimos bautizados, crecimos juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte; ahora, por medio de Su muerte estamos creciendo en Su resurrección. Tal como el elemento de la muerte de Cristo sólo se encuentra en Él, así también el elemento de la resurrección de Cristo sólo se encuentra en Él. Cristo mismo es la resurrección (Jn. 11:25). Después de tener la experiencia de un bautismo apropiado, seguiremos creciendo en Cristo y con Él en la semejanza de Su resurrección, esto es, continuaremos andando en novedad de vida.

  • En el griego, sabiendo en este caso se refiere al conocimiento exterior y objetivo; la palabra sabiendo en el v. 9 y la palabra sabéis en el v. 16 se refieren a estar consciente de ello interior y subjetivamente.

  • Se refiere a la vida natural de nuestra alma. El viejo hombre es nuestro propio ser, que fue creado por Dios pero que cayó por medio del pecado; es lo mismo que el “yo” de Gá. 2:20. No es el alma en sí, sino la vida del alma, la cual ha sido desahuciada por Dios y ha sido puesta en la cruz y crucificada con Cristo. Anteriormente, nuestra alma actuaba como una persona independiente, teniendo al viejo hombre como su vida y personalidad; ahora, puesto que el viejo hombre fue crucificado, nuestra alma debe actuar solamente como órgano de Cristo y debe estar bajo el control de nuestro espíritu, teniendo a Cristo como su vida.

  • Véase la nota Gá. 5:242.

  • El cuerpo que es habitado, ocupado, corrompido, poseído, utilizado y esclavizado por el pecado, y que por eso comete actos pecaminosos. Este cuerpo de pecado es muy activo y es muy vigoroso para cometer pecados; en este sentido, difiere del “cuerpo de esta muerte” mencionado en Ro. 7:24, el cual es débil e impotente en relación con las cosas de Dios. El cuerpo de pecado no es la persona pecadora, sino el instrumento pecador que el viejo hombre utiliza para expresarse cometiendo pecados, lo cual convierte el cuerpo de pecado en la carne. Por lo tanto, el cuerpo de pecado de este versículo y la carne de pecado de Ro. 8:3 se refieren a lo mismo.

  • O, desempleado, sin trabajo, inactivo. Debido a que el viejo hombre ha sido crucificado con Cristo, el cuerpo que había utilizado como instrumento para pecar ahora no tiene nada que hacer; está desempleado, sin trabajo. De esta manera, hemos sido libertados del pecado (vs. 18-22) y ya no tenemos que estar bajo la esclavitud del pecado para servir al pecado como esclavos.

  • La naturaleza del pecado, con su poder y su dolor, así como los actos pecaminosos, con su historia y la sentencia dictada sobre ellos.

  • Esto muestra de nuevo nuestra unión orgánica con Cristo en Su muerte y resurrección.

  • En Su resurrección Cristo está por encima de toda corrupción y muerte. Puesto que somos uno con Él en esta resurrección, también nosotros estamos por encima de toda corrupción y muerte.

  • Considerarnos muertos no es una técnica, sino que es un creer espontáneo, es decir, espontáneamente nos consideramos muertos como consecuencia de haber visto los hechos revelados en este capítulo. Debemos ver y creer los hechos, reconocerlos y, conforme a ellos, considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios.

    Sin embargo, considerarnos muertos no es lo que causa la muerte y por sí solo no puede llevar a cabo la muerte de Cristo en nosotros. Sólo cuando disfrutemos al Espíritu (revelado en el Ro. 8), experimentaremos la muerte todo-inclusiva y eficaz de Cristo, así como Su resurrección y el poder de ésta. Todo esto es revelado en este capítulo. Este capítulo muestra los hechos objetivos que Cristo ha realizado por nosotros; estos hechos requieren que los creamos y que, conforme a ellos, nos consideremos muertos al pecado y vivos para Dios. El cap. 8 muestra la obra subjetiva del Espíritu al hacer que los hechos cumplidos por Cristo sean reales en nuestra experiencia práctica; esto requiere que tengamos comunión con Él y que le disfrutemos. Los hechos de los cuales nos habla este capítulo pueden llegar a ser nuestra experiencia sólo en el Espíritu revelado en el cap. 8.

  • Esto es rechazar el pecado y cooperar con el Espíritu de Dios.

  • Presentarnos a nosotros mismos y nuestros miembros a Dios es el resultado de haber visto estos hechos: que hemos sido crucificados con Cristo y hemos resucitado con Él; también es el resultado de considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios conforme a estos hechos.

  • O, instrumentos. Nuestros miembros no son meramente instrumentos, sino armas de justicia para pelear la batalla en la guerra entre la justicia y la injusticia.

  • El pecado, personificado aquí, se enseñorea de nosotros por medio de las concupiscencias de nuestro cuerpo (v. 12).

  • El hecho de que no estamos bajo la ley sino bajo la gracia es la razón por la cual el pecado no puede enseñorearse de nosotros. Esto nos pone en la posición de rechazar el pecado. El pecado ya no tiene ningún derecho de exigirnos nada, pero nosotros tenemos todo el derecho de rechazar el pecado y su poder. Al rechazar el pecado y ponernos del lado del Cristo resucitado, nos presentamos a nosotros mismos y nuestros miembros como esclavos a la justicia para que la vida divina opere dentro de nosotros a fin de santificarnos, no sólo en cuanto a nuestra posición, sino también a nuestro modo de ser, con la naturaleza santa de Dios.

  • Esto no nos hace personas que vivan sin ley, tal como lo eran algunos durante los tiempos de la degradación de la iglesia (Jud. 1:4). La ley a la cual se refiere este versículo es la ley dada por Moisés, la cual ha sido reemplazada por las leyes interiores del nuevo pacto (He. 10:16). De la misma manera que los caps. 5 y 6 explican que ahora estamos bajo la gracia, los caps. 7 y 8 explican cómo es posible que no estemos bajo la ley.

  • La palabra para puede interpretarse como dando por resultado, y así también en los versículos siguientes.

  • Esto sucedió como resultado de la crucifixión del viejo hombre (v. 6).

  • Lit., el no tener ley. Véase la nota 1 Jn. 3:42.

  • La justicia nos introduce en la santificación. Si nos presentamos a Dios como esclavos de la justicia y si presentamos nuestros miembros como armas de justicia, Cristo, la vida eterna dentro de nosotros, tendrá la base para obrar en nosotros y saturar nuestras partes internas consigo mismo. De esta manera seremos santificados espontáneamente; seremos hechos santos espontáneamente en nuestras partes internas al ser saturados por Cristo.

  • La santificación (véase la nota Ro. 1:23) no sólo implica un cambio de posición, es decir, que uno sea separado de una posición común y mundana para estar en una posición de utilidad a Dios, como se describe en Mt. 23:17, 19 y en 1 Ti. 4:3-5 también implica una transformación en la manera de ser, es decir, una transformación de nuestra manera de ser natural a un modo de ser espiritual, llevada a cabo por Cristo como Espíritu vivificante, quien satura todas las partes internas de nuestro ser con la naturaleza santa de Dios, como se menciona en Ro. 12:2 y 2 Co. 3:18.

  • Lit., tenéis vuestro fruto para santificación.

  • Véase la nota Ro. 6:193b.

  • La santificación en nuestra manera de ser, de la cual se habla en este capítulo, no sólo procede de la vida divina (vs. 4, 23), sino que también redunda en vida y nos trae más vida para que disfrutemos las riquezas de la vida divina.

  • La paga es una recompensa conforme a la justicia, y se basa en el trabajo que la persona ha hecho. A los ojos de Dios, todo lo que el hombre hace aparte de Dios es pecado y es obra del hombre, y la paga que merece es la muerte.

  • La muerte proviene del pecado y es su resultado. Sin embargo, la muerte que se menciona aquí no es sólo la muerte física y la muerte eterna, sino también la muerte en la cual el hombre se encuentra enredado diariamente. Véase la nota Ro. 5:124.

  • Véase 22 c

    Vida eterna se refiere a la vida del propio Dios Triuno. Esta vida nos ha sido impartida sobre la base de que hemos sido justificados por Dios. Ahora se está extendiendo por todo nuestro ser mediante la santificación y la transformación. Como resultado de esto, seremos conformados a la imagen del Señor, y seremos introducidos en la gloria del Señor, a fin de ser aptos para participar en la manifestación de Su gloria (Col. 3:4).

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