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Capítulos de libros «La Epístola de Pablo a Los Romanos»
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  • Nuestra travesía por la cual somos introducidos en Dios al ser justificados por la fe todavía no se ha completado; por tanto, aquí Pablo usa la palabra griega que significa para con, y no la palabra que significa con. La gracia se relaciona con nuestra posición (v. 2), y la paz con nuestro andar.

  • La misma fe que nos justifica y pone fin a la carne junto con su energía y esfuerzo naturales, también nos da acceso a la gracia de Dios. Si permanecemos en la carne con sus esfuerzos naturales, no conoceremos la gracia de Dios ni la disfrutaremos; pero si vivimos por fe, entraremos en el pleno disfrute de la gracia de Dios.

  • La gracia es el propio Dios Triuno, quien pasó por un proceso para que podamos entrar en Él y disfrutarlo. La gracia aquí, en el sentido más profundo, es el Dios Triuno como nuestro disfrute. Es más que un favor inmerecido y más que mera bendición exterior. No estamos simplemente bajo la bendición de Dios; estamos en Su gracia (véase la nota Ro. 5:23).

  • La fe primeramente nos da acceso a la gracia; luego, nos da una posición sólida en la gracia.

  • La palabra griega traducida gloriarse también tiene el significado de exultar. Esto indica nuestro disfrute de Dios. (Así también en el próximo versículo.)

  • Nuestra esperanza es que seremos introducidos en la gloria de Dios, es decir, en Su expresión. Esto se realizará plenamente en el reino milenario venidero, donde Cristo será revelado como nuestra gloria. Hoy en día tenemos la esperanza de esta gloria venidera (véase la nota 1 de He. 11:1*3b).

  • Las tribulaciones están incluidas en la expresión todas las cosas, mencionada en Ro. 8:28, las cuales Dios hace que cooperen para bien nuestro a fin de que seamos santificados, transformados y conformados a la imagen de Su Hijo, quien ha entrado en gloria. Debido a esto, podemos recibir las tribulaciones como la dulce visitación y encarnación de la gracia y así gloriarnos en ellas. Mediante las tribulaciones, el efecto aniquilador que la cruz de Cristo tiene en nuestro ser natural es aplicado en nosotros por el Espíritu Santo, abriendo así paso para que el Dios de resurrección se añada a nosotros (véase 2 Co. 4:16-18).

  • Lo cual significa persistencia. La persistencia es producto de la paciencia más el sufrimiento.

  • El carácter aprobado es una calidad o atributo aprobado que se produce al soportar y experimentar tribulación y pruebas.

  • El amor de Dios es Dios mismo (1 Jn. 4:8, 16). Dios ha derramado este amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado como el poder motivador dentro de nosotros para que seamos más que vencedores en todas nuestras tribulaciones (véase la nota Ro. 8:371). Por lo tanto, cuando soportamos cualquier clase de tribulación, no somos avergonzados.

  • Es decir, impotentes; incapaces de agradar a Dios.

  • La propiciación y el perdón de pecados son suficientes en el caso de un pecador, pero no de un enemigo. Un enemigo necesita reconciliación, lo cual incluye la propiciación y el perdón, pero va más allá, incluso al grado de resolver el conflicto entre dos partidos. Nuestra reconciliación con Dios se basa en la redención de Cristo y fue realizada por medio de la justificación de Dios (Ro. 3:24; 2 Co. 5:18-19). La reconciliación es el resultado de ser justificados por la fe.

  • El v. 10 de este capítulo señala que la plena salvación de Dios revelada en este libro consta de dos secciones: una sección es la redención que la muerte de Cristo efectuó por nosotros, y la otra sección es la acción salvadora que la vida de Cristo nos da. Los primeros cuatro capítulos de este libro disertan exhaustivamente acerca de la redención llevada a cabo por la muerte de Cristo, mientras que los últimos doce capítulos hablan en detalle de la acción salvadora proporcionada por la vida de Cristo. Antes de Ro. 5:11, Pablo nos muestra que somos salvos porque fuimos redimidos, justificados y reconciliados para con Dios. Sin embargo, todavía no hemos sido salvos al punto de ser santificados, transformados y conformados a la imagen del Hijo de Dios. La redención, la justificación y la reconciliación, las cuales son realizadas fuera de nosotros por medio de la muerte de Cristo, nos salvan objetivamente; la santificación, la transformación y la conformación, las cuales son realizadas dentro de nosotros por medio de la operación de la vida de Cristo, nos salvan subjetivamente. En cuanto a nuestra posición, la redención objetiva nos redime de la condenación y del castigo eterno; con respecto a nuestra manera de ser, la salvación subjetiva nos salva de nuestro viejo hombre, de nuestro yo y de nuestra vida natural.

  • Ser reconciliados con Dios por medio de la muerte de Cristo es un asunto ya cumplido, pero ser salvos en Su vida de tantas cosas negativas para la glorificación es un asunto diario.

  • Ser salvos en la vida de Cristo significa ser salvos en Cristo mismo como vida. Él mora en nosotros, y nosotros somos orgánicamente uno con Él. Mediante el crecimiento de Su vida en nosotros, disfrutaremos a lo sumo de Su plena salvación. La redención, la justificación y la reconciliación tienen como propósito introducirnos en una unión con Cristo a fin de que Él pueda salvarnos en Su vida para nuestra glorificación (Ro. 8:30).

  • Implica resurrección. Después que se habla de la muerte en la primera parte de este versículo, se menciona la vida. Cristo murió para ser nuestra vida en resurrección. Hemos sido salvos del juicio y castigo eterno de Dios por la muerte de Cristo; sin embargo, todavía estamos siendo salvos por la vida de Cristo en Su resurrección. Aquí la vida de Cristo, el poder de Dios, mencionado en Ro. 1:16, y el Espíritu, en el Ro. 8, se refieren a diferentes aspectos del Dios Triuno procesado.

  • Gloriarse en Dios significa tener a Dios como nuestra jactancia y nuestra exultación, lo cual indica que Dios es nuestro disfrute y nuestro regocijo. Véase la nota Ro. 5:24. Al gloriarnos, exultar y disfrutar de esta manera, somos salvos en la vida de Cristo.

  • Ro. 5:13, 20; 6:1, 2, 7, 10, 11, 12, 13, 14, 17, 20, 22, 23; 7:7, 8, 9, 11, 13, 14, 17, 20, 23; 8:2, 3, 10

    Desde el principio de Romanos hasta el v. 11 de este capítulo, Pablo trata el problema de los pecados (en plural), y a partir del v. 12, el del pecado (en singular). Parece que en los caps. 5—8 el pecado está personificado. El pecado no sólo es una acción, sino que también es semejante a una persona, que puede entrar (v. 12), reinar (v. 21), enseñorearse de las personas (Ro. 6:14), engañarlas y matarlas (Ro. 7:11), e incluso morar en ellas y hacer que actúen contra su propia voluntad (Ro. 7:17, 20). El pecado en verdad está vivo (Ro. 7:9) y es sumamente activo; así que, debe de ser la naturaleza maligna de Satanás, el maligno, quien, habiéndose inyectado en el hombre por medio de la caída de Adán, ahora ha llegado a ser la naturaleza misma del pecado, la cual mora, actúa y opera en el hombre caído. Esta naturaleza personificada y pecaminosa que mora en nosotros, es la raíz de todas las acciones exteriores pecaminosas.

  • La muerte es el resultado final de la caída del hombre. Primero, el espíritu del hombre fue puesto en una condición de muerte, y finalmente su cuerpo también murió. La muerte y el pecado no pueden separarse; donde está el uno, allí se encuentra el otro. Además, la muerte no sólo es un sufrimiento físico que está por venir; es algo en lo cual el hombre participa diariamente.

  • Es decir, Adán, el primer hombre, el padre de toda la humanidad, quien introdujo la muerte por medio del pecado. En contraste con Adán tenemos a Cristo, el segundo Hombre (1 Co. 15:47), quien introdujo la vida por medio de la justicia (vs. 17-18).

  • O, la gente del mundo; se refiere a la humanidad (Jn. 1:29; 3:16).

  • Ser pecador o ser justo no depende de las acciones de uno, sino de lo que uno es interiormente en su constitución. Adán en su caída recibió un elemento que no había sido creado por Dios. Este elemento era la naturaleza satánica, la cual vino a ser el elemento principal del hombre caído y la esencia que lo constituye. Es esta esencia y elemento lo que constituyó a todos los hombres como pecadores. No somos pecadores porque pequemos; pecamos porque somos pecadores. Ya sea que hagamos el bien o el mal, en Adán hemos sido constituidos pecadores. Esto se debe a nuestro elemento interior, y no a nuestras acciones exteriores.

    En contraste, Cristo nos constituye justos. Somos constituidos justos cuando Cristo, el Dios viviente, entra en nuestro ser como gracia. Él llega a ser el elemento y esencia que nos constituye, el cual nos puede transformar de pecadores en hijos de Dios. Sólo Él puede realizar la maravillosa obra de constituir justos a los que habían sido constituidos pecadores.

  • La vida que hemos recibido no solamente nos salva de unas cuantas cosas, sino que también nos entroniza como reyes para que reinemos sobre todas las cosas. Esto es mucho más elevado que ser salvo por la vida divina. Nosotros hemos recibido la justicia objetivamente, pero todavía necesitamos recibir continuamente la abundancia de la gracia para poder reinar en vida subjetivamente. Reinar así se define en los caps. 6—16; todos los asuntos tratados allí no son el producto de nuestro esfuerzo, sino el resultado de recibir la abundancia de la gracia.

  • Se refiere al don de la justicia, el cual hemos recibido (v. 17). Esto indica que la justicia que Dios nos da es un don.

  • Cristo nuestro Redentor era totalmente hombre y totalmente Dios (véase Ro. 9:5). La gracia, junto con todos sus dones, abundó en la humanidad de Cristo.

  • La gracia no sólo abunda (v. 17) y se multiplica (sobreabunda, v. 20), sino que también reina (v. 21). Solamente una persona viva puede reinar.

  • Adán fue la cabeza del viejo hombre colectivo (la humanidad). Toda la humanidad participa de todo lo que él hizo y de todo lo que él experimentó. Desde este punto de vista, Adán es tipo de Cristo, quien es la Cabeza del nuevo hombre corporativo, la iglesia (Ef. 2:15-16). Todos los miembros del Cuerpo de Cristo, la iglesia, participan de todo lo que Cristo hizo y de todo lo que Él experimentó (Ef. 1:22-23).

  • En este capítulo las palabras transgresión, delito y desobediencia se refieren a la caída de Adán, la cual consistió en que Adán dejó la vida y escogió la muerte. Adán abandonó el árbol de la vida, el cual representa a Dios como vida, para seguir el árbol del conocimiento, el cual representa a Satanás como la fuente de la muerte (Gn. 2:8-9, 17; 3:1-7).

  • Desde Adán hasta Moisés vemos la dispensación anterior a la ley (sin ley); desde Moisés hasta Cristo (Jn. 1:17) vemos la dispensación de la ley; desde la primera venida de Cristo hasta la restauración de todas las cosas (Hch. 3:20-21) vemos la dispensación de la gracia; y desde la segunda venida de Cristo hasta el fin del milenio (Ap. 11:15; 20:4, 6) tenemos la dispensación del reino. Estas dispensaciones son usadas por Dios para llevar a cabo Su obra de la nueva creación en la vieja creación.

  • La muerte se menciona muchas veces en los caps. 5—8 (vs. 12, 14, 17, 21; 6:9, 16, 21, 23; 7:5, 10, 13, 24; 8:2, 6, 38). La vida también se menciona repetidas veces en estos capítulos (vs. 10, 17-18, 21; 6:4, 22-23; 7:10; 8:2, 6, 10-11, 38). Estas dos palabras clave forman dos líneas opuestas en los caps. 5—8, a saber, la línea de la vida y la línea de la muerte, las cuales muestran que el hombre está en el centro de una situación triangular al encontrarse entre Dios y Satanás, entre la vida y la muerte. Así que, los caps. 5—8 de Romanos pueden llamarse la médula de la Biblia, porque muestran de modo concreto y detallado el tema completo de la Biblia.

  • El pecado existía antes que la ley fuera dada, pero el pecado no había sido manifestado al hombre ni Dios lo había cargado a la cuenta del hombre antes de aquel tiempo.

  • Lit., entró al lado de.

  • La ley hace que el pecado abunde, es decir, que sea evidente para el hombre y que el hombre pueda reconocerlo. De este modo lo pecaminoso que es el hombre queda completamente expuesto.

  • El pecado reina por la autoridad de la muerte e introduce la muerte por medio de su reino. Por eso, el pecador tiene que morir.

  • La justicia es el cimiento, la base y el medio por el cual Dios se nos imparte como gracia. Esta justicia nos da la base para reclamar a Cristo como nuestra gracia. Dios al darnos gracia manifiesta Su justicia (véase Ro. 1:17). Además, el poder de esta gracia, al operar en nosotros, produce en nosotros la justicia subjetiva, haciendo que estemos bien con Dios, con otros y aun con nosotros mismos, y no sólo sojuzga al pecado sino que también vence a Satanás y a la muerte en nuestro ser. De esta manera la gracia reina mediante la justicia, dando como resultado la vida eterna.

  • La muerte de Cristo en la cruz fue la más alta expresión de Su obediencia, y fue considerada por Dios un acto de justicia (v. 18 véase Fil. 2:8).

  • La vida es la meta para la cual Dios nos salvó; así que la justificación es “de vida”. La justificación en sí no es el fin; su fin es la vida. Por medio de la justificación hemos alcanzado el nivel de la justicia de Dios y estamos a la par con ella, de modo que ahora Él nos puede impartir Su vida. Exteriormente, la justificación cambia nuestra posición; interiormente, la vida cambia nuestra manera de ser. La justificación conduce a la vida; esto indica que la vida es el enfoque de este capítulo y que la unión orgánica de vida es el resultado de la justificación.

  • El acto de justicia de Cristo, que consistió en morir en la cruz, dio como resultado la justificación de vida. El v. 21 dice que la gracia reina por la justicia para vida. Estos dos versículos muestran que la vida es el resultado de la justicia (véase Ro. 8:10).

  • El don de la justicia borra el juicio. El juicio resulta del pecado, pero la justicia proviene de la gracia. La justicia siempre acompaña a la gracia y es su resultado. La justicia subjetiva (Ro. 4:25b) es el producto de la gracia (vs. 17, 19), y la gracia es el resultado de la justicia objetiva (vs. 1-2).

  • Los que reciben la gracia abundante pueden reinar en vida, porque la vida proviene de la abundancia de la gracia.

  • La vida en este versículo y en los vs. 10, 18, 21; 6:4 y Ro. 8:2, 6, 10, se refiere a la vida de Dios (zoé), la vida eterna, divina e increada, la cual es Cristo mismo como vida para nosotros (Jn. 11:25; 14:6; Col. 3:4). Es diferente de nuestra vida física (bíos, Lc. 8:14) y de la vida del alma (psujé, Mt. 16:25-26; Jn. 12:25). La vida eterna de Dios es el elemento principal de la gracia divina que nos ha sido dada, y en esta vida nosotros podemos reinar.

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