La palabra griega significa realidad (lo opuesto de vanidad), verdad, veracidad, autenticidad, sinceridad. Es una terminología muy particular de Juan, y es una de las palabras más profundas del Nuevo Testamento, la cual denota todas las realidades de la economía divina como el contenido de la revelación divina transmitida y revelada por la Palabra santa de la siguiente manera:
1) Dios, quien es luz y amor, encarnado para ser la realidad de las cosas divinas, tales como la vida de Dios, Su naturaleza, Su poder y Su gloria, las cuales podemos poseer a fin de disfrutarle como gracia, según lo revela el Evangelio de Juan (Jn. 1:1, 4, 14-17).
2) Cristo, quien es Dios encarnado y en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9), como la realidad de:
a) Dios y el hombre (Jn. 1:18, 51; 1 Ti. 2:5);
b) todos los tipos, figuras y sombras del Antiguo Testamento (Col. 2:16-17; Jn. 4:23, 24 y las notas 4 y 5)
c) todas las cosas divinas y espirituales, tales como la vida divina y la resurrección (Jn. 11:25; 14:6), la luz divina (Jn. 8:12; 9:5), el camino divino (Jn. 14:6), la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención (1 Co. 1:30).
Por consiguiente, Cristo es la realidad (Jn. 14:6; Ef. 4:21).
3) El Espíritu, quien es Cristo transfigurado (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), es la realidad de Cristo (Jn. 14:16-17; 15:26) y de la revelación divina (Jn. 16:13-15). Por lo tanto, el Espíritu es la realidad (1 Jn. 5:6).
4) La Palabra de Dios como la revelación divina, la cual no sólo revela sino que también transmite la realidad de Dios y de Cristo, y de todas las cosas divinas y espirituales. Por consiguiente, la Palabra de Dios también es realidad (Jn. 17:17 y la nota 3).
5) El contenido de la fe (nuestras creencias), los elementos sustanciales de lo que creemos, que constituye la realidad del evangelio completo (Ef. 1:13; Col. 1:5); este contenido se revela a lo largo del Nuevo Testamento (2 Co. 4:2; 13:8; Gá. 5:7; 1 Ti. 1:1 y la nota 1, puntos 1 y 2; 1 Ti. 2:4 y la nota 2; 1 Ti. 2:7; 3:15 y la nota 5; 1 Ti. 4:3; 6:5; 2 Ti. 2:15, 18, 25; 3:7, 8; 4:4; Tit. 1:1, 14; 2 Ts. 2:10, 12; He. 10:26; Jac. 5:19; 1 P. 1:22; 2 P. 1:12).
6) La realidad tocante a Dios, el universo, el hombre, la relación del hombre con Dios y con los demás, y la obligación del hombre para con Dios, como se revela mediante la creación y mediante las Escrituras (Ro. 1:18-20; 2:2, 8, 20).
7) La autenticidad, la veracidad, la sinceridad, la honestidad, la confiabilidad y la fidelidad de Dios como virtud divina (Ro. 3:7; 15:8), y del hombre, como virtud humana (Mr. 12:14; 2 Co. 11:10; Fil. 1:18; 1 Jn. 3:18), y como resultado de la realidad divina (Jn. 4:23-24; 2 Jn. 1:1a; 3 Jn. 1:1).
8) Las cosas que son verdaderas o genuinas, la verdadera condición de los asuntos (los hechos), la realidad, la veracidad, en contraste con la falsedad, el engaño, el disimulo, la hipocresía y el error (Mr. 5:33; 12:32; Lc. 4:25; Jn. 16:7; Hch. 4:27; 10:34; 26:25; Ro. 1:25; 9:1; 2 Co. 6:7; 7:14; 12:6; Col. 1:6; 1 Ti. 2:7a).
De los ocho puntos enumerados, los primeros cinco se refieren a la misma realidad en esencia. Dios, Cristo y el Espíritu —la Trinidad Divina— son uno en esencia. Por consiguiente, estos tres, por ser los elementos básicos de la sustancia de la realidad divina, son de hecho una sola realidad. Esta única realidad divina es la sustancia de la Palabra de Dios como revelación divina. Por lo tanto, llega a ser la realidad divina revelada en la Palabra divina, y hace que ésta sea la realidad. La Palabra divina transmite esta única realidad divina como el contenido de la fe, y éste es la sustancia del evangelio revelada en todo el Nuevo Testamento como la realidad del evangelio, la cual es simplemente la realidad divina de la Trinidad Divina. Cuando nosotros participamos y disfrutamos de dicha realidad, ésta llega a ser nuestra autenticidad, sinceridad, honestidad y confiabilidad manifestada como la virtud excelente de nuestro comportamiento, virtud que nos capacita para expresar a Dios, al Dios de la realidad, por quien vivimos; y así llegamos a ser personas que llevan una vida caracterizada por la verdad, sin falsedad ni hipocresía, una vida que corresponde a la verdad revelada por medio de la creación y de las Escrituras.
La palabra verdad se usa más de cien veces en el Nuevo Testamento. Su significado en cada caso es determinado por el contexto. Por ejemplo, en Jn. 3:21, verdad denota rectitud (lo opuesto a maldad, Jn. 3:19-20), la cual es la realidad manifestada en un hombre que vive en Dios según lo que Él es y corresponde a la luz divina, que es Dios, la fuente de la verdad, manifestado en Cristo. En Jn. 4:23-24, según el contexto y conforme a toda la revelación del Evangelio de Juan, denota que la realidad divina llega a ser la autenticidad y la sinceridad del hombre (lo opuesto a la hipocresía de la adoradora samaritana inmoral, Jn. 4:16-18), por la cual éste adora a Dios con veracidad. La realidad divina es Cristo, quien es la realidad (Jn. 14:6), como realidad de todas las ofrendas del Antiguo Testamento para la adoración a Dios (Jn. 1:29; 3:14), y como la fuente de agua viva, el Espíritu vivificante (Jn. 4:7-15). Los creyentes participan y beben de esta fuente a fin de que Cristo sea la realidad dentro de ellos, la cual con el tiempo llega a ser su autenticidad y sinceridad en las cuales adoran a Dios con la clase de adoración que Él desea. En Jn. 5:33 y Jn. 18:37, conforme a toda la revelación del Evangelio de Juan, la palabra verdad denota la realidad divina contenida, revelada y expresada en Cristo como Hijo de Dios. En Jn. 8:32, 40, 44-46, se denota la realidad de Dios revelada en Su palabra (Jn. 8:47) y corporificada en Cristo, el Hijo de Dios (Jn. 8:36), la cual nos libera de la esclavitud del pecado (véase la nota Jn. 8:321a).
Aquí en el v. 6, la palabra verdad denota la realidad de Dios como luz divina revelada a nosotros. Es el resultado de la luz divina mencionada en el v. 5 y es la misma luz hecha real para nosotros. La luz divina es la fuente y se encuentra en Dios; la verdad es el resultado y la realidad de la luz divina y se encuentra en nosotros (véase la nota 1 Jn. 4:82c; cfr. Jn. 3:19-21). Cuando permanecemos en la luz divina, la cual disfrutamos en la comunión de la vida divina, practicamos la verdad, es decir, practicamos la realidad que hemos captado en la luz divina. Cuando permanecemos en la fuente, lo que emana de ella llega a ser nuestra práctica.