O, la vida.
O, la vida.
En este libro el apóstol mismo nos es presentado como ejemplo de una persona que, por el bien de la iglesia, vive a Cristo en cinco aspectos:
1) que no basaba su confianza en sí mismo, sino en Dios que resucita a los muertos (v. 9), lo cual incluye asuntos afines, tales como la manera en que se conducía en el mundo, no con sabiduría carnal sino con la gracia de Dios (v. 12), y su unidad con el Cristo inmutable del Dios fiel (vs. 18-20);
2) que estaba adherido a Cristo, ungido y sellado por Su Espíritu y había sido capturado, subyugado y guiado por Él para difundir Su fragancia (vs. 21-22; 2:14-16);
3) que era un ministro competente al tener a Cristo como su alfabeto espiritual a fin de escribir cartas vivas con el Espíritu vivificante del Dios vivo (2 Co. 3:3-6);
4) que manifestaba el resplandor de la gloria del nuevo pacto (2 Co. 3:7-11) y
5) que era transformado de gloria en gloria en la imagen del Señor, como por el Señor Espíritu, al mirar y reflejar a cara descubierta, como un espejo, la gloria de Él (2 Co. 3:16-18).
Lit., respuesta o contestación. Cuando los apóstoles estaban bajo la presión de la aflicción, habiendo perdido la esperanza aun de conservar la vida, pudieron haberse preguntado cuál sería el resultado de sus sufrimientos. La contestación o respuesta era “muerte”. Esto los llevó a la decisión vital de no basar su confianza en ellos mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.
La misma palabra griega se traduce sin salida en 2 Co. 4:8.
Es decir, sobrecargados, oprimidos. La misma palabra griega aparece en 2 Co. 5:4.
Aquí el Cristo designa la condición de Cristo; no es un nombre (Darby). Aquí se refiere al Cristo sufriente, Aquel que padeció aflicciones por Su Cuerpo conforme a la voluntad de Dios. Los apóstoles participaron de los sufrimientos de tal Cristo, y por medio de tal Cristo recibieron consolación.
Primero debemos experimentar la consolación de Dios; luego podremos consolar a otros con el consuelo que proviene de Dios, el cual hemos experimentado.
En su primera epístola a los corintios el apóstol presentó su argumento, el cual derrotó y subyugó a los corintios que estaban distraídos y confundidos. Ahora, en su segunda epístola, él los conduce nuevamente a la experiencia de Cristo, ya que Él era el tema de su argumento en la primera epístola. Por tanto, la segunda epístola está mucho más relacionada con nuestra experiencia, es más subjetiva y más profunda que la primera. En la primera, tenemos como temas principales a Cristo, el Espíritu con nuestro espíritu, la iglesia y los dones. En la segunda, se describe más detalladamente a Cristo, al Espíritu con nuestro espíritu, y a la iglesia, pero no se hace mención de los dones. En esta epístola, en lugar de los dones se nos presenta el ministerio, el cual está constituido de las experiencias de las riquezas de Cristo y es producido y formado por las mismas, las cuales son obtenidas por medio de los sufrimientos, las presiones abrumadoras y la obra aniquiladora de la cruz. En esta epístola se nos presenta un modelo, un ejemplo, de cómo se lleva a cabo este aniquilamiento, de cómo Cristo es forjado en nuestro ser y de cómo nosotros llegamos a ser la expresión de Cristo. Estos procesos constituyen a los ministros de Cristo y producen el ministerio por el cual se cumple el nuevo pacto de Dios. La primera epístola trata de los dones en términos negativos; la segunda epístola trata del ministerio en términos positivos. La iglesia tiene más necesidad del ministerio que de los dones. El ministerio tiene como fin ministrar al Cristo que hemos experimentado, mientras que los dones sólo sirven para enseñar las doctrinas acerca de Cristo. La evidencia de que los apóstoles son ministros de Cristo no son los dones, sino el ministerio producido y formado al experimentar los sufrimientos, las aflicciones, de Cristo.
Ser consolado implica ser alegrado. El título Padre de compasiones y Dios de toda consolación es atribuido aquí a Dios porque esta epístola es una epístola de consolación y aliento, escrita por el apóstol después de haber sido consolado y animado por el arrepentimiento de los creyentes corintios. La reprensión y la condenación de la Primera Epístola a los Corintios tenían como intención que los creyentes corintios se volvieran a Cristo y pusieran su énfasis en Él. La consolación y el aliento que se hallan en esta epístola fueron dadas con el propósito de conducir a los creyentes corintios a experimentar a Cristo y disfrutarlo.
O, misericordias, lástima, comprensión.
Una provincia del Imperio romano al sur de Macedonia. Formaba la mayor parte de lo que hoy es Grecia, donde está ubicada la ciudad de Corinto.
Véase la nota 1 Co. 1:27.
Véase la nota 1 Co. 1:22.
Véase la nota 1 Co. 1:21a.
Véase la nota 1 Co. 1:12b.
Al experimentar esta muerte somos introducidos en la experiencia de resurrección. La resurrección es Dios mismo, quien resucita a los muertos. La operación de la cruz pone fin a nuestro yo para que experimentemos a Dios en resurrección. La experiencia de la cruz siempre da como resultado que disfrutemos al Dios de resurrección. Tal experiencia produce y forma el ministerio (vs. 4-6). Esto se describe con más detalles en 2 Co. 4:7-12.
Se refiere al futuro inmediato (lo cual indica continuidad).
O, ayudáis en esto. Debe de referirse a la coordinación y la ayuda que los creyentes prestaron en relación con la liberación llevada a cabo por Dios y con la esperanza de los apóstoles, mencionada en el versículo anterior.
Lit., caras; implica que las gracias son dadas por los rostros alegres.
Se refiere a la gracia que les había sido dada (v. 12), que es el propio Cristo resucitado, quien es la gracia que los apóstoles disfrutaron al experimentar la resurrección (vs. 9-10). Éste es el don de gracia, que es diferente de los dones de habilidades, mencionados en 1 Co. 12 y 1 Co. 14. El don de gracia es interno, para vida, y los dones de habilidades son externos, para desempeñar nuestra función.
Una provincia del Imperio romano, al norte de Acaya. Las ciudades de Filipos y Tesalónica estaban en Macedonia.
La palabra mas marca un contraste. En el versículo anterior, el apóstol se refiere a la acusación de que él era una persona de sí y no. En este versículo se defiende diciendo que puesto que Dios es fiel, la palabra de la predicación de ellos no fue sí y no. Así que, no eran personas inconstantes, de sí y no. Lo que eran concordaba con su predicación. Vivían conforme a lo que predicaban.
La palabra de la predicación de los apóstoles (1 Co. 1:18), su mensaje en cuanto a Cristo (v. 19).
Porque introduce la razón de lo mencionado en el versículo anterior. Dios es fiel e inmutable, especialmente en cuanto a Sus promesas acerca de Cristo. Por consiguiente, la palabra que los apóstoles predicaban acerca de Cristo también era inmutable, porque el mismo Cristo prometido por Dios en Su palabra fiel y a quien ellos predicaban en su evangelio, no vino a ser sí y no; más bien, en Él está el Sí. Puesto que el Cristo a quien predicaban conforme a las promesas de Dios no vino a ser sí y no, lo que ellos predicaban acerca de Él tampoco era sí y no. No sólo su predicación era conforme a lo que Cristo es, sino también su vivir. Ellos predicaban a Cristo y lo vivían. No eran hombres de sí y no, sino hombres que eran iguales a Cristo.
Es decir, Silas. Véase Hch. 15:22; 18:5.
Debemos tener una conciencia pura (2 Ti. 1:3), una conciencia sin ofensa (Hch. 24:16), que pueda dar testimonio de lo que somos y hacemos.
O, simplicidad. Algunos mss. dicen: santidad. La situación de muerte en la cual estaban los apóstoles, los obligó a ser sencillos, es decir, a no basar su confianza en sí mismos ni en su capacidad humana y natural para resolver su situación difícil. Esto era el testimonio de su conciencia y era su confianza (v. 15).
Una virtud divina, una virtud de lo que Dios es. Conducirnos según esta virtud significa experimentar a Dios mismo, y por ende, equivale a estar en la gracia de Dios (mencionada más adelante en el versículo).
Es decir, la sabiduría humana en la carne. Esto equivale a nosotros mismos, así como la gracia de Dios equivale a Dios mismo.
La gracia es Dios disfrutado por nosotros (véase la nota 1 Co. 15:101a). Aquí la gracia es el don mencionado en el v. 11, el cual los apóstoles recibieron para experimentar la resurrección en sus sufrimientos.
Véase la nota 1 Co. 3:131b.
Lit., segunda; se refiere a la doble gracia proporcionada por las dos visitas del apóstol a Corinto, la visita mencionada en este versículo y la mencionada en el siguiente. Por la venida del apóstol, fue impartida a los creyentes la gracia de Dios, es decir, la impartición de Dios como el suministro de vida y el disfrute espiritual. Sus dos venidas les traerían una doble porción de esta gracia.
El Amén que nosotros damos a Dios a través de Cristo (cfr. 1 Co. 14:16). Cristo es el Sí, y decimos Amén a este Sí delante de Dios.
Cuando decimos Amén delante de Dios al hecho de que Cristo es el Sí, el cumplimiento, de todas las promesas de Dios, Dios es glorificado por medio de nosotros.
Se refiere no sólo a los apóstoles, quienes predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios, sino también a los creyentes, los cuales recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles. A través de nosotros hay gloria para Dios cuando decimos Amén a Cristo, el gran Sí de todas las promesas de Dios.
Tanto los apóstoles, que predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios y vivían a Cristo según lo que predicaban, como los creyentes, que recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles, estaban unidos a Cristo, habían sido hechos uno con Él, a través de quien decían Amén delante de Dios al gran Sí de las promesas de Dios, el cual es Cristo mismo. Pero no eran ellos, sino Dios quien los había adherido a Cristo. Su unión con Cristo provenía de Dios y fue realizada por medio de Dios; no provenía de ellos mismos ni fue realizada por medio de ellos mismos.
Es decir, los apóstoles juntamente con los creyentes han sido adheridos a Cristo, el Ungido. Esto muestra que los apóstoles se consideraban del mismo rango que todos los creyentes en cuanto a ser adheridos a Cristo por el Espíritu ungidor, sin considerarse un grupo especial que estaba separado de los creyentes en la salvación todo-inclusiva de Dios.
Lit., establece. Dios establece a los apóstoles juntamente con los creyentes en Cristo. Esto significa que Dios adhiere firmemente a los apóstoles, junto con los creyentes, a Cristo, el Ungido. Por lo tanto, los apóstoles y los creyentes no sólo son uno con Cristo, el Ungido, sino también los unos con los otros, compartiendo la unción que Cristo ha recibido de Dios.
Es decir, juntamente con.
Una vez más, la palabra porque introduce la razón de lo mencionado en el versículo anterior. Cristo, a quien el Dios fiel prometió y a quien los apóstoles sinceros predicaron, no vino a ser sí y no, o sea no cambió, porque en Él está el Sí de todas las promesas de Dios, y a través de Él se tiene el Amén dado por los apóstoles y los creyentes a Dios para Su gloria.
Cristo.
Cristo es el Sí, la respuesta encarnada, el cumplimiento de todas las promesas de Dios para nosotros.
Es decir, el Ungido (Dn. 9:26, lit.).
Puesto que Dios nos ha adherido a Cristo, el Ungido, espontáneamente somos ungidos por Dios juntamente con Él.
El ungir del versículo anterior es el sellar. Puesto que Dios nos ungió con Cristo, también nos selló en Él. Véase la nota Ef. 1:131b.
El sello es una señal que nos marca como herencia de Dios, Su posesión, como personas que pertenecen a Dios. Las arras son una prenda que garantiza que Dios es nuestra herencia, o posesión, y que Él nos pertenece (véase la nota Ef. 1:141a). El Espíritu dentro de nosotros es las arras, la prenda, de Dios como nuestra porción en Cristo.
Al adherirnos Dios a Cristo se producen tres resultados:
1) la unción que nos imparte los elementos de Dios;
2) el sello que, con los elementos divinos, forma en nosotros una impresión que expresa la imagen de Dios y
3) las arras que nos dan un anticipo como muestra y garantía de que gustaremos plenamente de Dios.
Por medio de estas tres experiencias del Espíritu que unge, junto con la experiencia de la cruz, se produce el ministerio de Cristo.
El Espíritu, las arras de Dios como nuestra porción, nos es un anticipo; por lo tanto, aquí se nos dice que Él está en nuestros corazones. En Ro. 5:5 y Gá. 4:6 se hace referencia al amor y, por eso, allí se habla del Espíritu que está en nuestro corazón. Pero Ro. 8:16 se refiere a la obra del Espíritu, pues dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Nuestro corazón es el órgano que ama, pero nuestro espíritu es el que opera.
O, contra. El apóstol invocó a Dios, o le pidió, que diera testimonio contra su alma, es decir, contra él mismo, por si acaso hablaba falsamente.
La fe subjetiva es necesaria para que los creyentes se mantengan firmes en la fe objetiva (1 Co. 16:13 y la nota 2). Enseñorearse de la fe subjetiva de otros debilita la fe de éstos, pero colaborar con ellos para su gozo fortalece su fe.
El apóstol no quiso visitar a los creyentes corintios con vara para disciplinarlos, sino que quería visitarlos con amor y espíritu de mansedumbre para edificarlos (1 Co. 4:21). Se abstuvo de ir para evitar cualquier sentimiento desagradable. Los trató con poca severidad y no quiso ir a verlos con tristeza (2 Co. 2:1). A él no le gustaba enseñorearse de la fe de ellos, sino que deseaba ser colaborador junto con ellos para su gozo (v. 24). Esto era la verdad. Invocó a Dios para que diera testimonio de esto a favor de él.