El Señor es el Señor de gloria (1 Co. 2:8); Él fue glorificado en Su resurrección y ascensión (Jn. 17:1; Lc. 24:26; He. 2:9). Ahora está en nosotros como la esperanza de gloria (Col. 1:27) para llevarnos a la gloria (He. 2:10). Cuando Él regrese, por un lado, vendrá desde los cielos con gloria (Ap. 10:1; Mt. 25:31), y por otro, será glorificado en Sus santos; esto es, Su gloria será manifestada desde el interior de Sus miembros, haciendo que el cuerpo de la humillación de ellos sea transfigurado en Su gloria, conformándolo al cuerpo de Su gloria (Fil. 3:21). Por tanto, los incrédulos lo admirarán, se asombrarán de Él, y se maravillarán de Él en nosotros Sus creyentes.