Las cenizas, resultado del holocausto, son señal de que Dios acepta la ofrenda. Que los sacerdotes se pusieran vestiduras de lino (v. 10) significa que se requiere finura, pureza y limpieza para encargarse de las cenizas. Que ellos se pusieran otras vestiduras para llevar las cenizas fuera del campamento (v. 11) significa que debían encargarse de las cenizas del holocausto con toda solemnidad.
Las cenizas indican el resultado de la muerte de Cristo, el cual es llevarnos a nuestro fin, o sea, convertirnos en cenizas (Gá. 2:20a). Colocar las cenizas junto al altar, hacia el oriente (Lv. 1:16) —por donde el sol se levanta—, hace alusión a la resurrección. En relación con el holocausto, las cenizas no son el fin, pues la muerte de Cristo trae consigo la resurrección (Ro. 6:3-5; 2 Co. 4:10-12; Fil. 3:10-11). Dios tiene estas cenizas en muy alta estima, pues finalmente las cenizas se convertirán en la Nueva Jerusalén. Ser reducidos a cenizas nos conduce a la transformación que efectúa el Dios Triuno (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). En resurrección nosotros, como cenizas, somos transformados para convertirnos en materiales preciosos —oro, perla y piedras preciosas— con miras a la edificación de la Nueva Jerusalén (Ap. 21:18-21).