Véase la nota Lv. 5:161.
Véase la nota Lv. 5:161.
O, presente su ofrenda por las transgresiones.
Las leyes de las ofrendas son las ordenanzas y normas relacionadas con las ofrendas, esto es, respecto al disfrute que tenemos de Cristo como las ofrendas. Puesto que Cristo es la realidad de todas las ofrendas, las leyes de las ofrendas corresponden a la ley de la vida de Cristo, que es la ley del Espíritu de vida (Ro. 8:2). Estas leyes indican que incluso al disfrutar de Cristo no debemos ser desordenados, sino que debemos ser regulados por la ley de vida (cfr. 1 Co. 9:26-27; 11:17, 27-29; Gá. 6:15-16; Fil. 3:13-16).
Que el holocausto fuese puesto en el lugar donde arde el fuego significa que todo lo que es ofrecido como holocausto tiene que ser puesto allí donde las ofrendas son incineradas. Quienes se ofrecen a Dios como holocausto tienen que estar en el lugar de incineración y estar dispuestos a convertirse en un montón de cenizas.
Las cenizas, resultado del holocausto, son señal de que Dios acepta la ofrenda. Que los sacerdotes se pusieran vestiduras de lino (v. 10) significa que se requiere finura, pureza y limpieza para encargarse de las cenizas. Que ellos se pusieran otras vestiduras para llevar las cenizas fuera del campamento (v. 11) significa que debían encargarse de las cenizas del holocausto con toda solemnidad.
Las cenizas indican el resultado de la muerte de Cristo, el cual es llevarnos a nuestro fin, o sea, convertirnos en cenizas (Gá. 2:20a). Colocar las cenizas junto al altar, hacia el oriente (Lv. 1:16) —por donde el sol se levanta—, hace alusión a la resurrección. En relación con el holocausto, las cenizas no son el fin, pues la muerte de Cristo trae consigo la resurrección (Ro. 6:3-5; 2 Co. 4:10-12; Fil. 3:10-11). Dios tiene estas cenizas en muy alta estima, pues finalmente las cenizas se convertirán en la Nueva Jerusalén. Ser reducidos a cenizas nos conduce a la transformación que efectúa el Dios Triuno (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). En resurrección nosotros, como cenizas, somos transformados para convertirnos en materiales preciosos —oro, perla y piedras preciosas— con miras a la edificación de la Nueva Jerusalén (Ap. 21:18-21).
Que el sacerdote pusiera madera a arder sobre el altar cada mañana representa la necesidad de que los servidores cooperen con el deseo de Dios (véase la nota Lv. 6:94) al añadir combustible al fuego santo para hacer más fuerte este fuego mediante el cual el holocausto es recibido como alimento de Dios (cfr. Ro. 12:11; 2 Ti. 1:6). La mañana representa un nuevo comienzo para esta incineración.
Véase la nota Lv. 3:51. Hacer arder el holocausto establecía el fundamento para percibir la dulzura de la ofrenda de paz. Esto indica que nuestra entrega a Dios en calidad de holocausto continuo (cfr. Ro. 12:1) debe ser establecida como el fundamento de nuestra dulce comunión con Dios, comunión representada por la incineración de la grosura de la ofrenda de paz. Hacer arder tanto el holocausto como la ofrenda de paz significa que nuestra absoluta entrega a Dios así como nuestro disfrute del Dios Triuno debe ser una continua incineración.
Delante de Jehová significa que la ofrenda de harina es ofrecida a Dios en Su presencia, y ante el altar significa que la ofrenda de harina es ofrecida en relación con la redención de Cristo efectuada en la cruz, donde el altar tipifica la cruz (He. 13:10 y la nota).
Comer en un lugar santo la porción de la ofrenda de harina sin levadura correspondiente a los sacerdotes significa disfrutar a Cristo como suministro de vida para servir, libres de pecado (sin levadura), en un ámbito separado y santificado. Puesto que la Tienda de Reunión tipifica a la iglesia (véase la nota Lv. 1:13b), comer de la ofrenda de harina en el atrio de la Tienda de Reunión significa que debemos disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida en la esfera de la vida de iglesia.
No usar levadura al cocer la ofrenda de harina significa que al laborar en Cristo para ser partícipes de Él como nuestro suministro de vida, es indispensable que no haya pecado.
Aquí la ley de la ofrenda de harina nos remite a la ofrenda por el pecado y a la ofrenda por las transgresiones, lo cual significa que si hemos de disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida, debemos tomar medidas con respecto al pecado presente en nuestra naturaleza caída así como con respecto a los pecados (las transgresiones) manifestados en nuestra conducta. Véase la nota Lv. 4:34c, párr. 1.
Aquellos que participan de Cristo como suministro de vida deben ser fuertes en términos de la vida divina (varones) y también deben ser personas que sirven a Dios, los sacerdotes de Dios (hijos de Aarón).
Que Aarón y sus hijos presentasen la ofrenda de harina como ofrenda el día en que Aarón era ungido significa que disfrutar a Cristo como suministro de vida guarda relación con el servicio sacerdotal. Cfr. la nota Lv. 7:351a.
Que la décima parte de un efa de flor de harina fuese presentada como ofrenda de harina continua, una mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde, significa que la mejor porción, la décima parte, del disfrute de Cristo debe ser ofrecida a Dios, y que esta clase de disfrute de Cristo debe continuar durante el curso de nuestro servicio sacerdotal.
Que la ofrenda por el pecado fuese degollada delante de Jehová en el mismo lugar donde se degollaba el holocausto significa
1) que Cristo, nuestra ofrenda por el pecado, fue inmolado delante de Dios y
2) que Cristo es nuestra ofrenda por el pecado con base en el hecho de que Él es el holocausto. Cristo primero debe ser el holocausto que satisface a Dios a fin de ser apto para ser nuestra ofrenda por el pecado, y nosotros primero debemos disfrutar a Cristo como nuestro holocausto, como Aquel cuya entrega a Dios es absoluta, antes de poder comprender cuán pecaminosos somos, o sea, cuánto nos preocupamos sólo por nosotros mismos y no vivimos entregados a Dios.
Que la ofrenda por el pecado sea santísima significa que Cristo, nuestra ofrenda por el pecado, era santísimo en el sentido de que Él puso fin —de manera intrínseca y completa— al pecado que está en nuestra naturaleza.
Que el sacerdote que ofrecía la ofrenda por el pecado comiera de ella en un lugar santo, en el atrio de la Tienda de Reunión, significa que aquel que sirve a los pecadores ministrándoles Cristo como ofrenda por el pecado disfruta a Cristo como ofrenda por el pecado en un ámbito separado y santificado, en la esfera de la iglesia (cfr. la nota Lv. 6:162).
Esto significa que todo aquel que toque a Cristo como ofrenda por el pecado será separado y santificado (santo), abandonará el pecado y permitirá que su carne sea crucificada en virtud de que Cristo, la ofrenda por el pecado, en la cruz puso fin al pecado y a nuestra carne pecaminosa (Ro. 8:3).
Esto significa que aquel que ha recibido la redención mediante la sangre de Cristo como ofrenda por el pecado deberá tomar medidas respecto a su diario andar (representado por las vestiduras, Is. 64:6a) en un ámbito separado y santificado (cfr. Ef. 4:22-24). Debemos tener la debida consideración por la sangre de Cristo y jamás considerarla común (cfr. He. 10:29).
Esto significa que es necesario que sea quebrantada la vida natural de aquel que, como vaso de barro (cfr. 2 Co. 4:7), se relaciona con Cristo, la ofrenda por el pecado.
Esto significa que la persona que ha sido iluminada y juzgada por el Espíritu (comparado con un espejo de bronce, cfr. la nota Éx. 30:182) para ser regenerada, no necesita ser quebrada, sino tratada al ser fregada y enjuagada con agua (1 Co. 6:11; Tit. 3:5).
Esto significa que todos los que son más fuertes (varones) pueden disfrutar a Cristo como santísima ofrenda por el pecado al ministrar Cristo, como ofrenda por el pecado, a los pecadores.
La expiación mencionada aquí era realizada en el Lugar Santísimo (Lv. 16:27), donde estaba Dios. El significado de este versículo es que Cristo —la ofrenda por el pecado que puso fin a nuestro pecado y a nuestra naturaleza pecaminosa en la cruz para efectuar nuestra redención— está íntegramente destinado para el deleite de Dios, del cual no tenemos parte. Sin embargo, al ministrar Cristo —como ofrenda por el pecado— a los pecadores, podemos participar de Él (v. 26). En lo concerniente a Cristo como ofrenda por el pecado, tanto Dios como los sacerdotes que sirven reciben una porción, pero la mejor porción está destinada para el deleite de Dios.