Al no poder derrotar a Israel militarmente ni por medio de la política o la religión, Balac, siguiendo el maligno consejo de Balaam (Nm. 31:16; Ap. 2:14), indujo a Israel a caer en la fornicación y la idolatría (vs. 1-3a). La fornicación destruye la persona del ser humano creado por Dios, y la idolatría insulta la persona divina de Dios. Según el relato bíblico, la fornicación y la idolatría van juntas (Hch. 15:29; 1 Co. 10:7-8; Ef. 5:5).
La perspectiva de Dios con respecto a Israel, revelada en las parábolas de Balaam (caps. 23—24), es por completo positiva; pero conforme a la verdadera situación y condición en cuanto a su naturaleza adámica, los hijos de Israel eran personas caídas y pecaminosas, un pueblo fornicario e idólatra. Esta situación se repite hoy con los creyentes en Cristo. Por un lado, en Cristo somos un pueblo celestial (Ef. 2:6; Fil. 3:20a; Col. 3:1-3); por otro, en nosotros mismos somos personas caídas y pecaminosas, que merecen ser juzgadas por Dios (Ro. 7:18; Ef. 2:1-3).