Los libros de Éxodo, Levítico y Números nos presentan en tipología un cuadro de la necesidad que Dios tiene de un pueblo que sea salvo y avance con Él para disfrutar a Su Cristo, recibir Su revelación y ser juntamente edificado con Él, el Dios Triuno procesado, a fin de conformar un ejército sacerdotal que prosiga en su jornada con Él y combata junto con Él. Estos libros también nos muestran que el pueblo de Dios debe ser disciplinado al experimentar ciertas dificultades y diversas clases de frustraciones. En Éx. caps. 12—14 vemos que Israel, el pueblo de Dios, fue redimido del juicio de Dios mediante la pascua y fue salvado de Egipto mediante el poder salvador del Dios Triuno. Después, ellos pudieron disfrutar de la provisión celestial y del cuidado divino al comienzo de su travesía en el desierto (Éx. caps. 15—17). En Éx. caps. 19—40 y en Lv. caps. 1—27 ellos recibieron la revelación divina y el adiestramiento requeridos para conocer a Dios, para ser juntamente edificados con Dios a fin de ser Su morada en la tierra con miras a Su expresión y testimonio, así como para edificar el sacerdocio que ejerce el servicio divino. Todo esto tuvo lugar al pie del monte Sinaí, donde el pueblo recibió la ley, la cual es el retrato de Dios en Sus atributos. El libro de Números relata la manera en que el pueblo escogido y redimido por Dios conformó un ejército sacerdotal a fin de proseguir en su jornada con Dios y combatir junto con Dios por Sus intereses aquí en la tierra (caps. 1—4; 9:15—10:36; 12:16; 20:1—21:35; 31:1-54; 33:1-49). Números también relata cómo los hijos de Israel experimentaron una serie de frustraciones, pruebas y disciplinas para su purificación. A la postre, en el cap. 32 y en 33:50—36:13, al pueblo de Dios se le dio a conocer lo dispuesto de antemano por Dios respecto a la repartición de la buena tierra que Él les había prometido. Después de todo eso, el pueblo escogido y redimido por Dios estaba preparado para cruzar el Jordán, entrar en Canaán, asolar a sus habitantes y tomar posesión de la buena tierra que Dios, quien es fiel, les prometió (Jos. 1:2-3). Con excepción de Josué y Caleb, los que fueron considerados aptos para poseer la buena tierra fueron los más jóvenes, la segunda generación de quienes salieron de Egipto. Esta generación más joven se benefició de todas las experiencias vividas por la primera generación. Al poseer tal rica herencia y sólida preparación, ellos eran aptos para conformar un ejército que combatiese junto con Dios y por Dios para que Su economía fuese llevada a cabo. Esta historia de Israel es un tipo completo de la historia de la iglesia en la cual ella lleva a cabo la economía eterna de Dios al ser partícipe de su unión mística con el Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno procesado y que se imparte en el hombre (1 Co. 5:6-8; 10:1-13; He. 3:7-19; 4:1-13). Véase la nota Dt. 1:11.