Al cooperar con Dios para el servicio de Dios, los líderes de las doce tribus de Israel ofrendaron doce platos de plata, doce tazones de plata y doce tazas de oro llenas de incienso (vs. 84-86), los cuales representan a Cristo en Su redención (la plata) y en Su naturaleza divina (el oro) como satisfacción fragante (el incienso) a Dios. Debido a que los oferentes eran pecaminosos, en su coordinación con Dios ellos también ofrecieron doce novillos, doce carneros, doce corderos de un año y su ofrenda de harina para el holocausto; doce machos cabríos para la ofrenda por el pecado; y veinticuatro novillos, sesenta carneros, sesenta machos cabríos y sesenta corderos de un año de edad para la ofrenda de paz (vs. 87-88). Estas ofrendas representan a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado que nos redime del pecado, a Cristo como nuestro holocausto en virtud del cual vivimos atentos a Dios, y a Cristo como nuestra ofrenda de paz en virtud de la cual tanto nosotros como Dios disfrutamos mutuamente de Cristo en paz. Todas estas ofrendas servían para adorar a Dios, lo cual significa que para adorar a Dios, primero tenemos que ofrecernos nosotros mismos a Él; y luego, tenemos que ofrecerle a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, nuestro holocausto y nuestra ofrenda de paz, de modo que Dios y nosotros podamos disfrutar mutuamente a Cristo y ser satisfechos con Él.
Doce es el número de absoluta perfección y eterna compleción en la administración de Dios (véase la nota Ap. 21:122b, la nota Ap. 21:162 y la nota Ap. 21:171). Las ofrendas fueron presentadas por las doce tribus en doce días, y el número de los sacrificios era doce multiplicado ya sea por uno (doce), por dos (veinticuatro) o por cinco (sesenta), lo cual significa que tanto el tiempo en que se presentaban las ofrendas así como los oferentes y las ofrendas, todo ello era absolutamente perfecto y eternamente completo en la administración de Dios.