David consideró que permanecer en la buena tierra era la mayor de las bendiciones y que ser expulsado de la buena tierra e ir a otra tierra para servir a otros dioses era una maldición. La expectativa de David era poder permanecer en la buena tierra, tener parte en la herencia de Jehová y servirle. Su sincera confianza en Dios y su andar fiel con Dios le hicieron plenamente apto para disfrutar de la buena tierra en un nivel elevado, inclusive al grado de alcanzar el reinado conforme al corazón de Dios con un reino que llegó a ser el reino de Dios sobre la tierra. David fue uno con Dios. Él y Dios tenían un solo reino (cfr. la nota 2 S. 7:161). Por ser tal persona, David disfrutó al máximo de la buena tierra, que tipifica a Cristo (véase la nota Dt. 8:71).