Aquí el salmista se acordaba de Dios mientras se encontraba en un lugar muy lejano de Sion y Jerusalén, lo cual indica que él se hallaba cautivo en un país distante.
Aquí el salmista se acordaba de Dios mientras se encontraba en un lugar muy lejano de Sion y Jerusalén, lo cual indica que él se hallaba cautivo en un país distante.
O, acciones de gracias.
Por un lado, el salmista anhelaba a Dios (v. 1); por otro, añoraba el pasado glorioso y placentero en que él solía conducir una multitud festiva a disfrutar de Dios en Su casa con Su pueblo. En realidad, esta añoranza era un alejamiento de su anhelo inicial por Dios mismo. Él debía haber permanecido en aquella condición de anhelar a Dios. No debiéramos permitir que nuestras reflexiones y recuerdos con respecto a nuestro pasado nos distraigan de nuestro actual disfrute de Dios (cfr. Fil. 3:13-14 y la nota Fil. 3:132).
El salmo 1, que contiene las palabras de apertura del Libro Uno, comienza con la ley; pero el Libro Dos comienza con Dios. Ciertamente no hay comparación entre Dios y la ley. Esto nos muestra que el Libro Dos de Salmos es más elevado que el Libro Uno. En los cinco libros de Salmos, la revelación es progresiva. El libro de Salmos es como una escalera de cinco peldaños que, de una manera progresiva, nos lleva cada vez más alto en su revelación.
En el Libro Uno, los salmistas se volvieron de la ley a Cristo, y Cristo los condujo al disfrute de Dios en Su casa y en Su ciudad. El Libro Dos comienza hablando de disfrutar directamente a Dios y nos revela el disfrute intensificado que los salmistas tuvieron de Dios en Su casa, y más aún en Su ciudad, por medio del Cristo sufriente, exaltado y reinante. Tal Cristo es el camino por el cual los pecadores pueden entrar en Dios (Jn. 14:6, 20). La casa de Dios es Cristo, como tabernáculo de Dios y templo de Dios (Jn. 1:14; 2:19-21), y también la iglesia, como agrandamiento de Cristo, el templo ensanchado (1 Co. 3:16; Ef. 2:21). Jerusalén, la ciudad de Dios que rodeaba el templo, representa el reino de Dios. Tanto Cristo como la iglesia son el templo de Dios y el reino de Dios (Lc. 17:21 y la nota 1; Mt. 16:18-19 y la nota Mt. 16:192; Ro. 14:17 y la nota 1). La Nueva Jerusalén será la consumación del templo de Dios y del reino de Dios (Ap. 21:22 y la nota 1; Ap. 22:1, 3).
En este salmo, el salmista anhelaba a Dios y tenía sed de Él (v. 2) durante un tiempo en que tanto él como su pueblo habían sido despojados y derrotados por las naciones vecinas además de estar en cautiverio (véase la nota Sal. 42:61). Anhelar a Dios y tener sed de Él son diferentes de adorar a Dios de una manera formal y religiosa. Dios es nuestra agua viva que podemos beber (Jn. 4:10, 14; 7:37-39a; 1 Co. 12:13). Debemos anhelar a Dios, tener sed de Él y beberle.
Los salmos que componen el Libro Uno fueron escritos principalmente por David. Ocho salmos del Libro Dos (Salmos 42—49), así como los salmos 84, 85, 87 y 88 del Libro Tres, fueron compuestos por los hijos de Coré, quien fue el líder de una rebelión contra Moisés y Dios (Nm. 16:1-3). Aproximadamente 470 años después de ocurrida la rebelión de Coré, en tiempos de David, surgieron el profeta Samuel, el cantor Hemán y otros salmistas descendientes del rebelde Coré (1 Cr. 6:31-37). Los descendientes de Coré continuaron sirviendo durante el tiempo del cautiverio. Incluso los descendientes de un líder rebelde podían llegar a convertirse en escritores piadosos de salmos, quienes alaban a Dios en sus escritos santos, los cuales han existido por generaciones. ¡Qué gracia fue ésta!
Salmos 43—49; 84; 85; 87; 88
Véase la nota al encabezamiento de Sal. 32.