Aunque Asa era un buen rey y realizó muchas buenas obras, ofendió a Dios al formar una alianza con Ben-adad, el rey de Siria (vs. 1-6); más aún, Asa se enojó contra el vidente que le reprendió por haber confiado en el rey de Siria y no en Jehová (v. 10). Es probable que esta ofensa fuera la causa de que Asa enfermara gravemente de sus pies. Esta enfermedad le causó la muerte (v. 13).
La manera en que Dios trató con los reyes de Judá respecto a los detalles de sus vidas nos muestra que no es suficiente que quienes amamos a Dios y buscamos a Cristo estemos en el terreno apropiado de la unidad de la iglesia y nos ciñamos a la verdad fundamental; además, debemos prestar atención a lo que somos, a cómo nos comportamos y conducimos, e incluso, a cuáles son nuestros intereses e intenciones, qué propósitos y metas nos hemos fijado, cuál es nuestra actitud y de qué manera hablamos. Dios trató con todos los buenos reyes de Judá según la ley de Moisés en detalle. Todo el que transgrediera la ley, incluso un poco, habría de perder gran parte del disfrute de la buena tierra. En tiempos del Antiguo Testamento, se requería que el pueblo de Dios se condujera en conformidad con la ley. Hoy en día, el Nuevo Testamento nos exige conducirnos en conformidad con la ley espiritual, la cual es el Espíritu compuesto, vivificante, todo-inclusivo y consumado, quien mora en nuestro espíritu (Ro. 8:4, 16; Gá. 5:16, 25). Debemos aprender del ejemplo de los reyes de Judá a fin de llevar la vida del Dios-hombre en todos los detalles de nuestra vida diaria, es decir, un vivir en el que siempre estamos crucificados a nuestra vida natural para vivir por la vida divina que está en nuestro interior (Gá. 2:20). Debemos atender a esta advertencia y estar alertas respecto al hecho de que todo cuanto digamos, hagamos y expresemos, así como nuestra actitud, nuestro espíritu y nuestras intenciones, tienen que ser purificados por el Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo. De otro modo, sufriremos gran pérdida en lo referido al disfrute de Cristo, la buena tierra de hoy (véase la nota Dt. 8:71). Véase la nota 1 R. 1:11, párr. 2.