Lo dicho en el v. 12 sobre “descendencia” y en el v. 14 sobre “Mi hijo”, implica que la descendencia de David sería hecha Hijo de Dios, esto es, que un descendiente de linaje humano sería hecho un Hijo divino. Esto corresponde a lo dicho por Pablo en Ro. 1:3-4 sobre Cristo que, como descendencia de David, fue designado Hijo de Dios en Su humanidad en la resurrección (véase la nota Ro. 1:41). Esto también se relaciona con la pregunta hecha por el Señor en Mt. 22:41-45 sobre cómo Cristo podía ser el hijo de David y el Hijo de Dios que es Señor de David: una persona maravillosa, un Dios-hombre poseedor de dos naturalezas, la divinidad y la humanidad. Estos versículos claramente revelan que la descendencia del hombre, o sea, un hijo del hombre, puede ser hecho el Hijo de Dios. Dios mismo, el Ser divino, llegó a ser un descendiente de linaje humano, la descendencia de un hombre, David. Esta descendencia fue Jesús, el Dios-hombre, Jehová el Salvador (Mt. 1:18-21; 2 Ti. 2:8), quien era el Hijo de Dios en virtud de Su divinidad solamente (Lc. 1:35); mediante Su resurrección, Él, como descendiente de linaje humano, también llegó a ser el Hijo de Dios en Su humanidad. Por tanto, en Cristo, Dios se forjó en el hombre, el hombre fue forjado en Dios, y Dios y el hombre se mezclaron mutuamente para constituir una sola entidad: el Dios-hombre. Esto implica que la intención de Dios en Su economía es hacerse hombre para hacer al hombre Dios en vida y naturaleza.
En la resurrección y por medio de ella, Cristo, el Hijo primogénito de Dios, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como tal Espíritu, Él entra en el pueblo escogido de Dios a fin de impartirse, edificarse, como vida en su ser para llegar a ser el elemento constitutivo interno de ellos. De este modo, Él hace de ellos Dios-hombres, los muchos hijos de Dios (He. 2:10), que son la reproducción en serie de Dios mismo como Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; 1 Jn. 3:2). Por tanto, ellos, los descendientes de linaje humano, llegan a ser hijos de Dios poseedores de la divinidad mediante el proceso metabólico de transformación (véase la nota Ro. 12:23c y la nota Ro. 12:24d). Este proceso metabólico es la edificación de la iglesia como Cuerpo de Cristo y casa de Dios (Ef. 1:22-23; 2:20-22) realizada al ser edificado Dios en el hombre y el hombre en Dios, esto es, al ser forjado el elemento divino en el elemento humano y el elemento humano en el elemento divino. Esta edificación tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén como el gran Dios-hombre corporativo, el cual es el conglomerado, la totalidad, de todos los hijos de Dios (Ap. 21:7).