A fin de resolver el grave problema causado por la adoración del becerro de oro por parte de los hijos de Israel, Dios requería de alguien que mediara entre Él y el pueblo. Moisés, un varón íntimamente relacionado con ambas partes, reunía cualidades únicas para ser tal mediador. Como compañero de Dios (Éx. 33:11 y la nota 1), Moisés disfrutaba de una relación íntima con Dios y conocía lo que había en el corazón de Dios. En particular, él sabía que Dios no desistiría de Su propósito concerniente a los hijos de Israel. Por tanto, él pudo conversar íntimamente con Dios con respecto a Su pueblo y pudo apaciguar a Dios en beneficio de ellos.