El gobierno divino ejercido entre el pueblo de Dios no era una autocracia ni una democracia, sino una teocracia, esto es, el reinado y gobierno directo ejercido por Dios mismo conforme a lo que Él es. En el Antiguo Testamento, Dios gobernó entre los hijos de Israel en conformidad con Su hablar constante, tal como estaba escrito en la ley, y con Su hablar para el momento, tal como era revelado ya sea mediante el pectoral del sumo sacerdote por el Urim y el Tumim o mediante los profetas por el Espíritu de Dios que venía sobre algunos de ellos y los capacitaba para hablar la palabra de Dios (Éx. 28:30 y las notas; Lv. 8:8; Nm. 27:21; Dt. 33:8; 1 S. 28:6; Esd. 2:63; Neh. 7:65). Además, Dios implementaba Su gobierno mediante ciertos agentes humanos —los sacerdotes y los ancianos, los jueces, o los reyes en calidad de administradores directos—, quienes laboraban juntamente para la teocracia ejercida por Dios. En la iglesia neotestamentaria la enseñanza de los apóstoles (Hch. 2:42) reemplaza la ley en la administración de Dios, y los ancianos de las iglesias (Hch. 14:23; Tit. 1:5) son los administradores directos, quienes administran conforme a la enseñanza de los apóstoles (1 Ti. 3:2; 5:17). Con relación al hablar del Señor para el momento, todos los creyentes en Cristo, incluyendo a los ancianos, son sacerdotes de Dios (1 P. 2:5; Ap. 1:6), quienes tienen a Cristo como Sumo Sacerdote que vive en ellos (He. 8:1; Ro. 8:10) y tienen el Espíritu Santo mezclado con su espíritu humano regenerado (Ro. 8:16) a fin de reemplazar la función del Urim y el Tumim. Entre los creyentes, son los profetas y maestros quienes ayudan al ancianato y al sacerdocio (Hch. 13:1-4). Véase la nota Esd. 5:11.
