Aquí Cristo, al considerar a Su sencilla amada (paloma mía), desea ver la hermosa expresión del semblante de aquella que le ama así como escuchar su dulce voz en su unidad, su unión, con la cruz, aquí representada por las hendiduras de la peña y lo escondido de escarpados parajes. Éste es el llamado de Cristo para que Su amada esté en unidad con la cruz (cfr. Lc. 9:23). Únicamente la cruz de Cristo puede librarla de la situación causada por la introspección.
Cristo desea que aquella que le busca permanezca en la cruz, en una condición crucificada, todo el tiempo (Gá. 2:20a; 1 Co. 15:31; 2 Co. 4:10-11). Sin embargo, es difícil permanecer en la cruz, pues es como entrar en las hendiduras de la peña y en lo escondido de escarpados parajes en lo alto de las montañas por sendas escabrosas. A fin de fortalecer y animar a Su amada para que ella se levante y salga de su condición de abatimiento en la introspección del yo, Cristo la fortalece mostrándole el poder de Su resurrección (vs. 8-9a) y la anima mediante las florecientes riquezas de Su resurrección (vs. 11-13). Es por el poder de la resurrección de Cristo, y no por nuestra vida natural, que quienes amamos a Cristo determinamos tomar la cruz al negarnos al yo (Mt. 16:24). Es también por el poder de la resurrección de Cristo que somos capacitados para ser conformados a Su muerte al ser uno con Su cruz (Fil. 3:10). La realidad de la resurrección es el Cristo pneumático (Jn. 11:25), quien como Espíritu consumado mora en nuestro espíritu regenerado y está mezclado con el mismo (1 Co. 6:17 y las notas). Es en tal espíritu mezclado que somos partícipes de la resurrección de Cristo y la experimentamos, lo cual nos capacita para ser uno con la cruz a fin de que seamos liberados del yo y transformados en un nuevo hombre perteneciente a la nueva creación de Dios con miras a la realización de la economía de Dios en la edificación del Cuerpo orgánico de Cristo.