Aquí el Señor les muestra a Sus discípulos que Él es igual a Dios. Los discípulos se turbaron al oír de Su partida. Con esta palabra les dio a entender que Él, por ser Dios, es omnipresente y no está limitado por el tiempo ni el espacio.
Aquí el Señor les muestra a Sus discípulos que Él es igual a Dios. Los discípulos se turbaron al oír de Su partida. Con esta palabra les dio a entender que Él, por ser Dios, es omnipresente y no está limitado por el tiempo ni el espacio.
Según la interpretación de Jn. 2:16, 21, la casa de Mi Padre se refiere al templo, el cuerpo de Cristo, como morada de Dios. Al principio, el cuerpo de Cristo era solamente Su cuerpo individual. Pero por Su muerte y resurrección, el cuerpo de Cristo ha aumentado hasta ser Su Cuerpo, una entidad corporativa, el cual es la iglesia y consta de todos Sus creyentes regenerados mediante Su resurrección (1 P. 1:3). En la resurrección de Cristo, la iglesia es el Cuerpo de Cristo, el cual es la casa de Dios (1 Ti. 3:15; 1 P. 2:5; He. 3:6), la morada de Dios (Ef. 2:21-22), el templo de Dios (1 Co. 3:16-17).
Las muchas moradas son los muchos miembros del Cuerpo de Cristo (Ro. 12:5), que es el templo de Dios (1 Co. 3:16-17). Esto se demuestra explícitamente en el v. 23, donde vemos que el Señor y el Padre harán morada con aquel que ame al Señor.
Este libro tiene dos secciones principales. La primera sección, caps. 1—13, muestra que Cristo, como la Palabra eterna, vino por medio de la encarnación para introducir a Dios en el hombre, a fin de ser la vida y el suministro de vida del hombre. La segunda sección, caps. 14—21, revela la manera en que Cristo como el hombre Jesús, pasó por la muerte y la resurrección para introducir al hombre en Dios, para que la morada de Dios fuera edificada, lo cual equivale a la edificación de la iglesia (Mt. 16:18) y está relacionado con la edificación de la Nueva Jerusalén (He. 11:10; Ap. 21:2). En todo el universo, Dios tiene un solo edificio, el cual es Su morada viviente con Su pueblo redimido.
Y si me voy…vendré otra vez, prueba que la ida del Señor (por Su muerte y resurrección) era Su venida (a Sus discípulos, vs. 18, 28). Él vino en la carne (Jn. 1:14) y estuvo entre Sus discípulos, pero le era imposible entrar en ellos mientras estuviera en la carne. Él tenía que dar el paso adicional de experimentar la muerte y la resurrección a fin de poder ser transfigurado de la carne al Espíritu, para poder entrar en ellos y morar en ellos como se revela en los vs. 17-20. Después de Su resurrección, Él vino otra vez para infundirse en Sus discípulos como el Espíritu Santo al soplar en ellos (Jn. 20:19-22).
La intención del Señor en este capítulo era introducir al hombre en Dios para edificar Su morada. Pero entre el hombre y Dios había muchos obstáculos, tales como el pecado, los pecados, la muerte, el mundo, la carne, el yo, el viejo hombre y Satanás. Para que el Señor pudiera introducir al hombre en Dios, Él tenía que resolver todos estos problemas. Por lo tanto, Él tenía que ir a la cruz para efectuar la redención a fin de abrir el camino y poner una base sobre la cual el hombre pudiera entrar en Dios. Nuestro cimiento en Dios, al ser ensanchado, viene a ser el cimiento del Cuerpo de Cristo. Quien no tenga una base, un lugar en Dios, no tiene lugar en el Cuerpo de Cristo, que es la morada de Dios. Por lo tanto, la ida del Señor para efectuar redención tenía por objeto preparar un lugar en Su Cuerpo para los discípulos.
Cuando el Señor tomó a Sus discípulos a Sí mismo, los introdujo en Sí, como lo indica el v. 20 con las palabras vosotros en Mí.
El Señor está en el Padre (vs. 10-11). Él quería que Sus discípulos también estuvieran en el Padre, como se revela en Jn. 17:21. Mediante Su muerte y Su resurrección Él introdujo a Sus discípulos en Sí mismo. Puesto que Él está en el Padre, ellos también están en el Padre al estar en Él. Por lo tanto, donde Él está, también están los discípulos.
El camino para que el hombre pueda entrar en Dios es el Señor mismo. Ya que el camino es una persona viviente, el lugar adonde el Señor introduce al hombre también debe ser una persona, el mismo Dios Padre. El Señor mismo es el camino vivo por el cual el hombre es introducido en Dios el Padre, el lugar vivo. El camino necesita la realidad, y la realidad necesita la vida. El Señor mismo es la vida. Esta vida nos trae la realidad, y la realidad viene a ser el camino por el cual entramos en el disfrute de Dios el Padre.
Cristo es la realidad de las cosas divinas. Esta realidad vino por medio de Él y llega a ser Dios hecho real para nosotros. Véase la nota Jn. 1:146d y la nota 1 Jn. 1:66.
Este capítulo revela la manera en que Dios se imparte en el hombre. Al impartirse Dios en nosotros, Él es triuno. Él es uno, y es tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Hijo es la corporificación y la expresión del Padre (vs. 7-11), y el Espíritu es la realidad del Hijo y el propio Hijo hecho real en nosotros (vs. 17-20). En el Hijo (incluso, el Hijo es llamado el Padre en Is. 9:6) el Padre es expresado y visto, y como Espíritu (2 Co. 3:17) el Hijo es revelado y hecho real. El Padre es expresado en el Hijo entre los creyentes, y el Hijo como Espíritu es hecho real en los creyentes. Dios el Padre está oculto; Dios el Hijo se manifiesta entre los hombres; y Dios el Espíritu entra en el hombre para ser su vida, su suministro de vida y su todo. Por lo tanto, el Dios Triuno —el Padre en el Hijo, y el Hijo como Espíritu— se imparte en nosotros para ser nuestra porción a fin de que lo disfrutemos como nuestro todo en Su Trinidad Divina.
Véase la nota Jn. 6:633.
El Señor vino del Padre para introducir a Dios en el hombre mediante la encarnación. Aquí Él va al Padre para introducir al hombre en Dios mediante Su muerte y resurrección.
Aquí y en el v. 14, estar en el nombre del Señor significa ser uno con el Señor, vivir por Él y permitir que Él viva en nosotros. El Señor vino y obró en el nombre del Padre (Jn. 5:43; 10:25), lo cual significa que Él era uno con el Padre (Jn. 10:30), que Él vivía por causa del Padre (Jn. 6:57) y que el Padre obraba en Él (v. 10). En los Evangelios el Señor como expresión del Padre, obraba en el nombre del Padre. En Hechos, los discípulos como la expresión del Señor hicieron obras aun mayores (v. 12) en el nombre del Señor.
El hecho de que el Padre sea glorificado en el Hijo significa que Su elemento divino es expresado desde el interior del Hijo. Todo lo que el Hijo hace expresa el elemento divino del Padre. Ésta es la glorificación del Padre en el Hijo.
Esta palabra griega significa abogado, alguien que estando a nuestro lado se encarga de nuestro caso, de nuestros asuntos. La palabra griega que se traduce Consolador, es la misma palabra traducida Abogado en 1 Jn. 2:1. Hoy en día tenemos al Señor Jesús en los cielos y también al Espíritu (el Consolador) en nosotros como nuestro Abogado, quien se encarga de nuestro caso.
El Espíritu prometido aquí, fue mencionado en Jn. 7:39. Este Espíritu es el Espíritu de vida (Ro. 8:2), y esta promesa del Señor se cumplió el día de Su resurrección, cuando el Espíritu como el aliento de vida fue infundido en los discípulos al soplar en ellos (Jn. 20:22). La promesa que el Señor hizo aquí, es diferente de la que hizo el Padre acerca del Espíritu de poder en Lc. 24:49. Esa promesa se cumplió cincuenta días después de la resurrección del Señor, el día de Pentecostés, cuando el Espíritu sopló como un viento recio sobre los discípulos (Hch. 2:1-4). En este versículo el Espíritu de vida es llamado “el Espíritu de realidad”. El Espíritu de realidad es Cristo (v. 6); por lo tanto, el Espíritu de realidad es el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9). Este Espíritu también es la realidad de Cristo (1 Jn. 5:6, 20) para que Cristo sea hecho real en aquellos que creen en Él, como su vida y su suministro de vida.
El que permanece en los creyentes, el Espíritu de realidad, es Aquel que no los dejará huérfanos, el Señor mismo en el v. 18. Esto significa que el Cristo que estaba en la carne pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante, el Cristo pneumático. En 1 Co. 15:45 se confirma esto. Con respecto a la resurrección, ese versículo dice: “Fue hecho…el postrer Adán [Cristo en la carne], Espíritu vivificante”.
Ésta es la primera vez que se revela la promesa según la cual el Espíritu moraría en los creyentes. Ésta se cumple y se desarrolla completamente en las Epístolas. Véase 1 Co. 6:19 y Ro. 8:9, 11.
Véase la nota Jn. 14:172.
Esta venida se cumplió el día de Su resurrección (Jn. 20:19-22). Después de Su resurrección, el Señor volvió a Sus discípulos para estar siempre con ellos, y así no dejarlos huérfanos.
Debe ser después de la resurrección del Señor que Él vive en Sus discípulos y que ellos viven por Él, como se menciona en Gá. 2:20.
Seguramente se refiere al día de la resurrección del Señor (20:19).
Ésta es una de las muchas moradas mencionadas en el v. 2. Será una morada mutua en la cual el Dios Triuno mora en los creyentes y éstos moran en Él.
El Consolador, el Espíritu Santo, iba a ser enviado por el Padre en el nombre del Hijo. Por lo tanto, el Espíritu Santo fue enviado por el Padre y también por el Hijo. Así que, el Espíritu Santo viene no solamente del Padre sino también del Hijo, y Él es la realidad, no solamente del Padre sino también del Hijo. Por lo tanto, cuando invocamos el nombre del Señor, obtenemos el Espíritu (1 Co. 12:3).
El hecho de que el Padre esté en el nombre del Hijo, equivale a que el Padre sea el Hijo (véase la nota Jn. 5:431a). Por lo tanto, que el Padre envíe al Espíritu Santo en el nombre del Hijo equivale a que el Hijo envíe al Espíritu Santo desde el Padre (Jn. 15:26). El Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30). Por consiguiente, el Espíritu que es enviado, no sólo procede del Padre (Jn. 15:26), sino también del Hijo. Además, cuando el Espíritu viene, viene con el Padre y con el Hijo (véase la nota Jn. 15:261c). Esto demuestra que el Padre, el Hijo y el Espíritu son un solo Dios, el Dios Triuno, quien llega a nosotros y se forja, es decir, se imparte, en nosotros, en Su Trinidad Divina para ser nuestra vida y nuestro todo.
En 5:43 se nos dice que el Hijo vino en el nombre del Padre, y aquí que el Padre envió al Espíritu Santo en el nombre del Hijo. Esto prueba no solamente que el Hijo y el Padre son uno (10:30), sino también que el Espíritu Santo es uno con el Padre y con el Hijo. El Espíritu Santo, quien es enviado por el Padre en el nombre del Hijo, no sólo es la realidad que procede del Padre, sino también la realidad que proviene del Hijo. Éste es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— que finalmente llega al hombre como Espíritu.
Véase la nota Jn. 14:182a.
Véase la nota Jn. 14:121b.