Éste es el tema de la oración del Señor en este capítulo. Él era Dios encarnado, y Su carne era un tabernáculo en el cual Dios podía morar en la tierra (Jn. 1:14). Su elemento divino estaba encerrado en Su humanidad, de la misma manera que la gloria shekiná de Dios estaba escondida en el tabernáculo. Una vez, en el monte de la transfiguración, Su elemento divino fue liberado del interior de Su carne, fue expresado en gloria, y lo vieron los tres discípulos (Mt. 17:1-4; Jn. 1:14). Pero luego se escondió de nuevo en Su carne. Antes de esta oración, Él predijo que sería glorificado y que el Padre sería glorificado en Él (Jn. 12:23; 13:31-32). Ahora, estaba a punto de pasar por la muerte para que la cáscara de Su humanidad fuera quebrantada y para que Su elemento divino, Su vida divina, pudiera ser liberado. Además, Él iba a resucitar para poder elevar Su humanidad e introducirla en el elemento divino, y para que Su elemento divino fuera expresado, lo cual haría que todo Su ser —Su divinidad y Su humanidad— fuera glorificado (véase la nota Jn. 12:231b). De este modo, el Padre sería glorificado en Él (véase la nota Jn. 12:281a). Por lo tanto, Él oró por esto.
La oración que el Señor hace aquí acerca del misterio divino se cumple en tres etapas. En primer lugar, se cumplió en Su resurrección, en el sentido de que Su elemento divino, Su vida divina, fue liberado del interior de Su humanidad, y fue impartido en Sus muchos creyentes (Jn. 12:23-24), y todo Su ser, incluyendo Su humanidad, fue llevado a la gloria (Lc. 24:26), y en el sentido de que el elemento divino del Padre fue expresado en Su resurrección y glorificación. En Su resurrección Dios contestó y cumplió la oración del Señor (Hch. 3:13-15). En segundo lugar, esto se ha cumplido en la iglesia, en el sentido de que Su vida de resurrección ha sido expresada por medio de Sus muchos miembros, Él ha sido glorificado en ellos, y el Padre ha sido glorificado en Él por medio de la iglesia (Ef. 3:21; 1 Ti. 3:15-16). En tercer lugar, esto se cumplirá al final en la Nueva Jerusalén, en el sentido de que Él será plenamente expresado en gloria, y Dios será glorificado en Él, por medio de la ciudad santa, por la eternidad (Ap. 21:11, 23-24).
Al orar de esta manera, el Señor reveló Su persona, Su deidad; Él es igual al Padre en la gloria divina.