El Salvador-Esclavo era Dios encarnado para ser un hombre (Jn. 1:1, 14). Sus vestidos representan Su conducta perfecta en Su humanidad, es decir, Su perfección en Sus virtudes humanas. Tocar Sus vestidos en realidad era tocarlo a Él en Su humanidad, en la cual Dios estaba corporificado (Col. 2:9). Con dicho toque Su poder divino fue comunicado, por medio de la perfección de Su humanidad, a la mujer que lo había tocado, y llegó a ser la sanidad para ella. Dios, que habita en luz inaccesible, se hizo accesible en el Salvador-Esclavo por medio de Su humanidad para que ella fuese salva y le disfrutara. Éste fue el servicio que el Salvador-Esclavo, como Esclavo de Dios, brindó a la pecadora enferma.