La obra de reedificación continuó mediante el aliento y la ayuda provistos por el profetizar de los profetas Hageo y Zacarías (vs. 1-2). En la administración teocrática que Dios ejercía entre el pueblo de Israel había tres oficios: los sacerdotes, los reyes y los profetas. La responsabilidad del sumo sacerdote era llevar a la presencia de Dios los asuntos relacionados con el pueblo de Dios y esperar en Dios a fin de recibir, mediante el Urim y el Tumim, Su hablar para el momento (Éx. 28:30 y las notas). El sumo sacerdote después transmitía las decisiones e instrucciones de Dios al rey, quien, en la administración de Dios, tenía la responsabilidad de llevarlas a cabo. Siempre que los sacerdotes y los reyes se tornaban débiles e inadecuados, Dios hacía surgir profetas que hablaran por Él a fin de fortalecer y ayudar al sacerdocio y al reinado (1 S. 3:11-21; 2 S. 12:1-25). Véase la nota Nm. 27:211a y la nota Dt. 16:181.
Los ministerios del sacerdocio y del reinado son necesarios para la edificación de la morada de Dios en la tierra. El tabernáculo fue erigido mediante Aarón, el sumo sacerdote, y mediante Moisés, representante de la autoridad divina; el templo fue edificado bajo el liderazgo del sumo sacerdote y del rey Salomón; la reedificación del templo se realizó mediante el sacerdocio de Josué y la autoridad ejercida por Zorobabel, gobernador de Judá (Hag. 1:1). En la edificación del templo recobrado, tanto Josué como Zorobabel se debilitaron y se desanimaron; por tanto, Dios usó a los profetas Hageo y Zacarías para que hablasen por Él y así fortalecieran y alentaran a Josué y Zorobabel (véanse los libros de Hageo y Zacarías).
En la economía de Dios, el sacerdocio y el reinado permanecerán para siempre (Ap. 22:3, 5), mientras que en la era del milenio y en la eternidad ya no será necesario el profetismo (Dn. 9:24 y la nota 4).