Al efectuar Su recobro mediante la vida, el Señor nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Nuestro corazón es el órgano con el cual amamos, y nuestro espíritu es el órgano con el cual recibimos. Mientras nos encontremos en una condición caída o descarriada, con respecto al Señor nuestro corazón es de piedra, un corazón duro, y nuestro espíritu está en condición de muerte (Ef. 2:1; 4:18). Cuando el Señor nos salva o aviva, Él renueva nuestro corazón haciendo de nuestro corazón de piedra un corazón de carne, esto es, un corazón suave y amoroso para con Él (cfr. 2 Co. 3:3); más aún, Él vivifica y renueva nuestro espíritu con Su vida divina (Col. 2:13). Como resultado de ello, amamos al Señor, le anhelamos con nuestro corazón renovado y podemos contactarle, recibirle y contenerle al ejercitar nuestro espíritu renovado.