La gloria del Señor regresó al templo porque se había completado la edificación del templo. Esto indica que a fin de que el Dios de gloria more en la iglesia, la iglesia tiene que ser edificada para llegar a ser la morada de Dios (Ef. 3:14-21).
La gloria del Señor regresó al templo porque se había completado la edificación del templo. Esto indica que a fin de que el Dios de gloria more en la iglesia, la iglesia tiene que ser edificada para llegar a ser la morada de Dios (Ef. 3:14-21).
Las puertas al sur y al norte servían para conveniencia del pueblo; pero la puerta al este, además de servir para conveniencia del pueblo, estaba al servicio de la gloria del Señor. La iglesia tiene que estar abierta a la gloria del Señor a fin de que Su gloria pueda entrar en la iglesia.
El Señor había regresado, no meramente a la tierra, sino particularmente a Su casa edificada. A fin de que el Señor regrese a la tierra, Él tiene necesidad de una iglesia edificada que sea Su base sobre la tierra. Véase la nota Hag. 2:71, párr. 2.
Este hombre es el Señor mismo (v. 7).
El trono tiene por finalidad el gobierno de Dios, Su administración y Su reino, y las plantas de los pies del Señor tienen por finalidad el mover del Señor sobre la tierra. Únicamente la iglesia edificada le da al Señor la posición que Él necesita para administrar Su gobierno (Mt. 16:18-19) así como para moverse sobre la tierra (Hch. 13:1-3); más aún, la iglesia es el lugar donde el Señor puede morar para obtener reposo y satisfacción (1 Ti. 3:15).
Aquí la fornicación se refiere a la idolatría (Ez. 16:15-21; 23:30).
A diferencia de lo que hizo con Moisés, aquí el Señor no le encargó a Ezequiel que enseñara la ley y los Diez Mandamientos al pueblo de Dios; más bien, le dijo a Ezequiel que mostrara la casa de Dios al pueblo (vs. 10-12). La intención de Dios era examinar el vivir y la conducta del pueblo de Israel de acuerdo con Su casa, Su morada, como la regla y el modelo. La obra, el comportamiento y la persona de quienes componen el pueblo de Dios tiene que concordar con el templo de Dios en conformidad con su diseño, su modelo, sus leyes y sus estatutos, tal como son mostrados en detalle en los caps. 40—48. Esto quiere decir que todo lo que somos y todo lo que hagamos tiene que ser medido, puesto a prueba, por la casa de Dios, la iglesia (1 Ti. 3:15).
Estar en el monte equivale a estar en resurrección y en la posición de ascensión. Esto indica que la vida de iglesia tiene que ser elevada, o sea, debe estar sobre la cumbre del monte (Ef. 2:5-6). La iglesia también tiene que ser santa, separada y santificada de todo lo que sea mundano (1 Co. 3:17).
La ley de la casa de Dios guarda relación con el carácter de Dios. Dios es un Dios de alturas, o sea, que está en resurrección y ascensión, y Él es un Dios santo. Asimismo, en cuanto a su posición, la iglesia es elevada, y en cuanto a su naturaleza, la iglesia es sumamente santa. Si en nuestra vida de iglesia estamos en resurrección, estamos en la posición de ascensión y somos sumamente santos, entonces podremos ser la morada de Dios.
Véase la nota Ez. 40:52
Según la visión de Ezequiel, el altar tenía cuatro secciones, una encima de la otra: la base (la parte inferior), el zócalo menor (inferior), el zócalo mayor y el hogar del altar. El número uno en la altura de la base del altar representa al único Dios e indica que Dios es la base del altar, esto es, que la cruz, tipificada por el altar, fue algo iniciado por Dios (Hch. 2:23 y la nota 1). El número dos en la altura del zócalo menor (v. 14) representa no solamente un testimonio, sino a Cristo, el segundo del Dios Triuno, en calidad de Testigo de Dios (Ap. 1:5a). El número cuatro en la altura del zócalo mayor (v. 14) y del hogar del altar (v. 15) representa a las criaturas (Ez. 1:5). El número doce en el ancho y largo del hogar del altar (v. 16) está compuesto de seis veces dos o de tres veces cuatro, donde el número seis representa al hombre, quien fue creado el sexto día, y el número tres representa al Dios Triuno. Por tanto, las medidas de las cuatro secciones del altar significan que la muerte de Cristo fue todo-inclusiva, pues involucraba a Dios, al hombre y a todas las criaturas (Hch. 20:28; Ro. 6:6; Col. 1:15).
En cada nivel del altar hay bordes, o molduras, los cuales se extienden con rebordes que se elevan, cuyo fin es sostener objetos. Esto indica que la muerte de Cristo en la cruz puede sostener, o sea, incluir, todas las cosas (cfr. la nota Col. 1:203b y la nota He. 2:93d).
Los cuernos representan la fuerza y el poder. Los cuernos del altar, que se orientan hacia los cuatro ángulos de la tierra, representan el poder de la cruz de Cristo para llegar a los cuatro ángulos de la tierra. Véase la nota Éx. 27:21a.
El número doce (el número de la Nueva Jerusalén, Ap. 21:12, 14, 16-17, 21; 22:2) está compuesto de tres veces cuatro, donde el número tres representa al Dios Triuno y el número cuatro representa al hombre en calidad de criatura (Ez. 1:5). El número doce, por tanto, representa al Dios Triuno mezclado con el hombre. La muerte todo-inclusiva de Cristo, junto con Su resurrección que todo lo conquista, completó —en Cristo— la mezcla de Dios y el hombre, introduciendo la humanidad de Cristo en la filiación divina (Ro. 1:3-4 y la nota Ro. 1:41).
Véase la nota Ez. 43:133.
El este, que es por donde se levanta el sol, representa la gloria del Señor (Ez. 43:2). Que las gradas del altar se dirigieran hacia el este indica que la cruz siempre señala hacia la gloria de Dios y siempre conduce a la gloria de Dios (cfr. Jn. 12:23-24 y las notas; Jn. 17:1 y la nota).
El altar, que representa la cruz de Cristo, es el lugar donde el pueblo de Dios es redimido (purificado) y consagrado (véase la nota Gn. 12:73b). Conforme al relato en los vs. 18-27, se requerían siete días para que el pueblo fuese purificado. Ellos tenían que ofrecer una ofrenda por el pecado acompañada de la sangre redentora todos los días durante siete días (vs. 25-26). Después, al octavo día, el día de resurrección, ellos debían consagrarse al ofrecer un holocausto. Después del holocausto, ellos disfrutaban de la ofrenda de paz a manera de banquete celebrado juntamente con el Señor y con Su pueblo (v. 27). Esto indica que después de la purificación, el pueblo del Señor era aceptado por Él, llegaba a ser Su satisfacción y celebraba banquete con Él. Con respecto a la ofrenda por el pecado, el holocausto y la ofrenda de paz, véanse las notas de Lv. 1, Lv. 3 y Lv. 4.
Lit., llenarán sus manos.