Con la adoración del becerro de oro en el monte Sinaí (Éx. 32:1-6), Israel comenzó a abandonar a Dios para ir en pos de los ídolos y comenzó a quebrantar los mandamientos de Dios. Después, en su hablar reiterado de la ley divina, Moisés le encargó a Israel que, especialmente cuando entrasen en la buena tierra, debían derribar los ídolos, destruir los lugares dedicados a la adoración de ídolos y matar a quienes adoraban ídolos (Dt. 7:2, 5). Sin embargo, Israel desobedeció este mandato de destruir completamente a los idólatras. Como resultado de ello, Israel no pudo poseer completamente la buena tierra y hubo guerra en reiteradas ocasiones entre Israel y los habitantes de esas tierras. Después que David combatió contra todos los pobladores de aquella tierra y conquistó casi todo ese territorio, y Salomón, su hijo, pudo edificar el templo cerca del año 1000 a. C., Salomón, ya anciano, se dejó llevar por sus muchas esposas paganas para adorar ídolos (1 R. 11:1-8). Casi todos sus descendientes habrían de continuar en su apostasía. Con el tiempo, la adoración de ídolos por parte de Israel así como su infracción de la ley llegaron a su punto culminante durante los tiempos de Jeremías. En ese entonces, Israel se hallaba en el ocaso de la revelación divina. Cfr. la nota Jue. 2:121a.