O, las palas.
O, las palas.
Is. 13:6; Jer. 30:7; Ez. 30:3; Jl. 2:1, 11, 31; 3:14; Am. 5:18; Abd. 1:15; Sof. 1:7, 14-15; 2:2-3; 2 P. 3:12
El día de Jehová es, en el Nuevo Testamento, el día del Señor (Hch. 2:20; 1 Co. 5:5; 1 Ts. 5:2; 2 Ts. 2:2; 2 P. 3:10), que también es el día de Dios (2 P. 3:12). El último día de Jehová comenzará cuando se haya abierto el sexto sello (Ap. 6:12-17) y finalizará con el juicio del gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Este día comprenderá diversas calamidades, plagas y ayes a causa de los juicios punitivos ejecutados por el Señor así como debido a las medidas gubernamentales que Él tomará, todo lo cual abarcará a los cielos, el sol, la luna, las estrellas, la tierra, los hombres, Satanás y los demonios, a fin de limpiar la tierra y el universo entero para la venida del cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1) con miras al establecimiento de Su reino eterno. El tiempo que transcurrirá desde la apertura del sexto sello hasta el inicio del reino de mil años será poco más de tres años y medio; en ese tiempo, el período principal será el correspondiente a la gran tribulación (Mt. 24:21). El juicio del gran trono blanco tendrá lugar después del reino de mil años. Por tanto, el día del Señor durará por unos mil tres años y medio. Véase la nota 2 P. 3:123.
La llegada de una nación así es comparada, en el v. 4, a un tipo de langosta en cuatro diferentes etapas (véase la nota Jl. 1:41a).
En este versículo se usan cuatro expresiones para calificar a las langostas, probablemente refiriéndose a una sola clase de langosta en diferentes etapas de crecimiento. Las cuatro etapas por las que pasa esta única clase de langosta se refieren a las naciones que devastaron a Israel en cuatro imperios consecutivos: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma, incluyendo al anticristo, quien será el último césar del Imperio romano (Ap. 17:8-11). Los ejércitos de estos imperios eran como langostas (Jl. 2:25) que venían a devastar y consumir a Israel por completo, devorando su gente, sus tierras, campos, productos, alimentos y bebidas, así como también eliminando sus ofrendas. Estos imperios corresponden a las cuatro secciones de la gran imagen humana descrita en Dn. 2, a las cuatro bestias de Dn. 7 y a los cuatro cuernos de Zac. 1. Ellos serán vencidos y aniquilados por Cristo, quien establecerá el reino y, durante la era de la restauración, reinará en medio del Israel que habrá sido salvo (Jl. 3; Dn. 2:34-35 y las notas).
Desde aproximadamente doscientos años antes de la llegada de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Dios envió a los profetas para advertir a Israel, para aconsejarle y para llamarle a retornar a Dios. Sin embargo, Israel no prestó oído a los profetas. Esto obligó a Dios a enviar cuatro clases de langostas que disciplinasen a Su pueblo. Israel ha estado padeciendo el cortar, el pulular, el lamer y el consumir de las langostas por veintisiete siglos. El propósito de Dios al permitir que Israel padeciera bajo tales langostas era producir una pareja, José y María, de modo que Dios pudiera nacer en el hombre, del hombre y procedente del hombre, a fin de llegar a ser alguien que ya no es solamente Dios, sino un Dios-hombre (cfr. Mt. 1). Por tanto, Dios se valió del sufrimiento padecido por los judíos para producir la encarnación, un evento sin precedentes que introdujo a Dios en el hombre y mezcló a Dios y el hombre, haciéndolos uno; más aún, Dios ha usado las langostas aquí descritas para proveer en el entorno todas las condiciones requeridas a fin de llevar a cabo Su propósito. El Imperio romano, la suma total de los cuatro imperios, proveyó todo lo necesario para que el Dios encarnado viviese y llevase adelante Su mover y Su obra en la tierra. Además, proveyó los medios para que Cristo fuese crucificado a fin de llevar a cabo la obra redentora de Dios (Jn. 18:31-32) así como proveyó la ocasión para que el Espíritu, quien es el Dios Triuno procesado y consumado, fuese derramado sobre toda carne a fin de producir la iglesia en calidad de Cuerpo orgánico de Cristo (Hch. 2) e, incluso, proveyó las condiciones requeridas para la propagación del evangelio a toda la tierra habitada (Mt. 28:19; Hch. 1:8).
La Biblia es un relato compuesto de dos historias: la historia del hombre, la historia humana, y la historia de Dios, la historia divina. Aquélla es como un cascarón, y ésta es como el núcleo dentro del cascarón. En los Profetas Menores la historia humana está claramente definida y representada por las cuatro clases de langostas mencionadas en este versículo. La historia divina escondida dentro de la historia humana también es revelada detalladamente. La historia divina es el misterio divino del Dios Triuno en la humanidad y, como tal, tuvo su inicio en la eternidad pasada con el Dios eterno y Su economía eterna (Mi. 5:2c; 1 Ti. 1:4; Ef. 1:4-5, 9-11). Ésta continúa con la encarnación de Cristo (Mi. 5:2a); Su muerte, Su sepultura y Su resurrección para la propagación de la redención y salvación efectuadas por Dios a todas las naciones de la tierra (Jon. 1:17; 2:10); Su derramamiento del Espíritu consumado a fin de producir la iglesia como expresión corporativa del Dios Triuno (Jl. 2:28-32); Su segunda venida como Aquel que es el Deseado de las naciones (Hag. 2:7a) y el Sol de justicia (Mal. 4:2a); Su venida junto con Sus vencedores, quienes son Su ejército, a fin de derrotar al anticristo y su ejército (Jl. 3:1-15); y Su reinado en Sion durante el reino de mil años (Jl. 3:16-21; Mi. 4:7). Finalmente, el reino tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. La Nueva Jerusalén será la última etapa, la consumación, de la historia de Dios.
Los vs. 2-4 muestran la seriedad de esta profecía.
Que significa Jehová es Dios.